«Dadme una palanca y un punto de apoyo y moveré el mundo». Esa idea plasmada por el sabio Arquímedes hace más de dos mil años, extrapolada hoy al mundo financiero sería algo así como: «Estando al frente de la FED, moveré los tipos de ... interés y con ello la inflación, el empleo y las bolsas». Como idea esquemática tiene un poder simbólico que simplifica un poco la realidad, porque no hay un organismo solo que maneje los tipos de interés en los mercados mundiales, aunque la FED (Reserva Federal Norteamericana) y el BCE (Banco Central Europeo) tienen una gran influencia sobre dichos tipos.
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Al igual que en una película de Alfred Hitchcock, la FED mantiene en vilo a los mercados financieros respecto a sus próximos movimientos de tipos de interés. Por eso el anuncio de Jerome Powell de que no subirá los tipos, de momento, pero que sí es muy probable que lo haga pronto, ha sembrado dudas y alimentado el suspense en los mercados de renta fija (bonos, letras, etc.), y si estornuda la renta fija, la renta variable (las bolsas) suelen resfriarse. Es decir, el tipo de interés fijado por la FED seguirá en torno al 5,25%, mientras que el BCE lo mantiene en el 4,5%. Hay que tener en cuenta que en Estados Unidos la economía goza de un gran vigor, muy diferente a lo que sucede a este lado del Atlántico, donde muchos países dan señales de bordear la depresión económica. Por eso el BCE se aferra a mantener los tipos de interés sin más subidas, pero el problema es que la inflación subyacente es resistente y no cede. Y menos cederá con políticas económicas intervencionistas, que generarán más inflación, como amenazan con llevar a cabo en España.
Nacida en 1913 y con sede en Washington, la FED (Federal Reserve System) es el banco central de Estados Unidos y tiene asignada una doble misión u objetivo, que es velar por el crecimiento económico y por el control de la inflación. En cambio, el BCE sólo tiene como mandato el control de la inflación y… no lo consigue. El papel de la FED sería algo así como el de una gigantesca red semafórica que pretende hacer fluido el tráfico, evitando grandes atascos.
Cuando estuve en el Museo de los Premios Nobel de Estocolmo, en la zona antigua de la ciudad escandinava, denominada Gamla Stan, pensé que era muy curioso que de todos aquellos brillantes economistas laureados ninguno hubiese llegado a ser presidente de la FED. En aquellos momentos, Ben Bernanke todavía no había recibido el preciado galardón. Parece llamativo que gente con el nombre y el peso en el pensamiento económico como fueron Samuelson, Hayek, Friedman, Simon, Tobin, Solow, Nash, Lucas, Prescott, Krugman, etc., nunca hubiesen recibido la confianza para dirigir la FED.
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Un breve repaso por los recientes máximos dirigentes de la FED nos presenta a nombres ilustres que dejaron profunda huella, que se exponen a continuación. Comenzando por Paul Volcker. Presidió la FED entre 1979 y 1987, es decir, bajo el mandato del demócrata, casi centenario, Jimmy Carter y del republicano Ronald Reagan. Volcker, hombre ecléctico, supo acomodarse a las preferencias de ambos partidos, no le tembló el pulso para subir de forma drástica los tipos de interés por encima del 20% y siempre defendió que las crisis económicas y financieras eran consustanciales al sistema económico, aunque había que tratar de atenuarlas, siendo misión de la FED el 'alisado' de las crisis.
Después vino el mítico Alan Greenspan, que ocupó el cargo entre 1987 y 2006. Hombre idolatrado por algunos por haber propiciado la mayor y más duradera época de bonanza bursátil que se haya conocido, también es denostado por otros por considerarlo una especie de bombero pirómano, que con sus políticas de tipos de interés mínimos sembró el desastre de las hipotecas subprime que vino después. Su gran poder, su gran talla intelectual y sus indiscutibles conocimientos le mantuvieron en el cargo con presidentes tan distintos como los republicanos Reagan, Bush padre e hijo y el demócrata Clinton. Dentro de sus méritos figura haber bajado de forma rápida los tipos desde el 8% al 3% cuando el shock de los mercados emergentes, entre 1991 y 1993.
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Después nos encontramos con Ben Bernanke, que presidió la FED entre el año 2006 y el 2014, lidiando con el problema mayúsculo de la crisis financiera derivada del shock en el mercado inmobiliario. Bernanke también fue capaz de gozar de la confianza de dos presidentes de distinto signo político como fueron Bush hijo y Obama. Con Bernanke vivimos una época con los tipos al 0,25%, metadona necesaria para sobrevivir en aquellos momentos, pero oxígeno artificial porque trasladó el problema de deudores a ahorradores y cambiar las facturas de bolsillo nunca fue buena solución.
Después vino Janet Yellen, que si bien no obtuvo el Premio Nobel de Economía sí lo consiguió previamente su marido, George Akerloff, en el año 2001, compartido con Spence y Stiglitz. Yellen, de planteamientos más keynesianos, tuvo un mandato más breve y, quizá, un poco más gris que sus antecesores en el cargo.
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Y ahora vivimos bajo el mandato del nuevo Arquímedes de los tipos de interés, es decir, Jerome Powell, el cual fue el preferido para el cargo en una dura pugna con John Taylor, autor junto con Henderson y McKibbin de una original fórmula denominada 'Regla de Taylor', que fija de forma automática el tipo de interés ideal en cada situación, teniendo en cuenta sobre todo la inflación y el empleo. Según esa Regla de Taylor los tipos de interés deberían estar más altos de lo que lo están en estos momentos.
Cuando a Robert Lucas le dieron el Premio Nobel de Economía en el año 1995, dijo que lo importante en la vida no eran las respuestas sino las preguntas. Por eso, por encima de la profunda sabiduría de Volcker, Greenspan, Bernanke, Yellen o Powell, me quedo con la sabiduría popular. Y, en concreto, con la pregunta que me formuló hace poco una modista y modesta señora colombiana con la que hablé para que hiciera un pequeño arreglo en una prenda de ropa. La señora, humilde pero muy sabia, me preguntó lo siguiente: «Oiga, veo algo que no entiendo. ¿Usted sabría decirme cómo puede ser que en este país todo el mundo está pensionado, parado, viviendo de ayudas o trabajando para el Estado? ¿Quién paga todo esto? ¿Cuánto tiempo va a ser sostenible?». Como lo importante era la pregunta, no digo lo que le respondí. El lector se lo puede imaginar.
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