Jugar a ser Dios y adivinar el futuro es una de las aspiraciones más antiguas del ser humano. En la vida, en general, es casi imposible, pero en el ámbito bursátil el recientemente fallecido, Jim Simons lo consiguió, como lo demuestra el increíble éxito obtenido ... por su gestora de fondos de inversión de alto riesgo o capital libre ('hedge found') denominada Renaissance Technologies, la cual obtuvo rentabilidades medias superiores al 40% anual durante tres décadas.
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Una breve semblanza de Jim Simons nos indica que nació en 1938 en Massachusetts. Hijo de judíos, desde muy joven dio muestras de una gran inteligencia y audacia y, sobre todo, de una capacidad muy poco común para ver los problemas «desde fuera de la caja». Dice el didáctico Leontxo García, brillante divulgador de ajedrez, que la diferencia entre la gente normal, los genios y los locos es que la gente normal analiza los problemas desde dentro de una caja (entorno en el que vive), sin tener capacidad para salir fuera de esa caja y ver con otra perspectiva. Según Leontxo, los genios son capaces de «salir de la caja» para tener otra visión o perspectiva, pero saben volver a ella y los locos salen de la caja, pero no saben volver a ella y quedan siempre fuera. Esa vida, dentro y fuera de la caja, marca las diferencias entre lo corriente, lo genial y la locura, y Jim Simons parece que sabía salir de la caja y volver a ella.
Siguiendo con su biografía, el polifacético Simons (matemático, filósofo, experto en finanzas, habilísimo operador bursátil, etc.) destacó en universidades tan icónicas como el MIT, Harvard o Berkeley. En los años sesenta, en pleno auge de la 'Guerra fría' entre Estados Unidos y la URSS, fue reclutado por la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana como experto en criptografía para descifrar comunicaciones rusas. Sin cumplir los cuarenta, Simons ya era conocido por haber sido copartícipe en el desarrollo de un modelo cuántico, asociado a la Teoría de Cuerdas, denominado Chern-Simons.
Posteriormente, Simons se sintió muy atraído por el mundo de las finanzas, al cual describe como «algo tan complejo como la vida misma», y fundó en un pequeño local, sin medios de ningún tipo, una empresa dedicada al campo bursátil, denominada Monometrics, la cual ya es historia. De aquella época Simons dijo que «no tenía dinero, pero me sobraba confianza en mí mismo e ilusión y me sentía capaz de hacer cosas diferentes al resto de la gente». Con tal bagaje, podía pasar cualquier cosa y así fue.
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Al cumplir la cincuentena, Simons recibió una propuesta que le cambió la vida, ya que otro insigne matemático, Leonard Baum, le trasladó su inquietud por intentar desarrollar un modelo de predicción de precios de acciones. Baum estaba convencido de que bajo la aleatoriedad impredecible que parecía regir los movimientos de los precios bursátiles, tenía que haber algún patrón complejo, pero descifrable, que permitiese adelantarse a lo que iba a pasar y, así, obtener enormes beneficios. Es decir, la idea no era como la de los 'chartistas', que se dedican a analizar los gráficos en un intento parecido a la quiromancia que intenta adivinar el futuro de una persona por las rayas de la palma de la mano, ni tampoco como los seguidores del Análisis Fundamental, que intentan mediante sesudos e inabarcables análisis escudriñar la realidad económica de una empresa para detectar las que están infravaloradas, para lo cual haría falta vivir varias vidas por el tiempo enorme que consume y la dificultad de conseguir datos válidos. La idea de Baum que trasladó a Simons era mucho más profunda. Pero los intentos resultaron fallidos hasta que el que fuera promotor de la idea, Baum, decidió desistir. Pero Simons no.
A partir de ahí, Simons contrató a un grupo de expertos matemáticos, físicos, astrofísicos, programadores informáticos, entre ellos el famoso James Ax (excéntrico y genial personaje que sabía salir con frecuencia de esa caja de la que hablaba Leontxo) y dieron el paso de fundar la firma de inversiones Renaissance Technologies y su primer famoso fondo de inversión, el conocido como Medallion. En algún momento, Simons y su equipo de colaboradores dieron con algún método que permitía encontrar patrones de comportamiento, analizando series históricas desde el año 1700, apoyados en la creciente potencia computacional. La fórmula o patrón encontrado jamás fue contado ni explicado a nadie y se supone que está en poder parcial de varias personas para preservar su seguridad, pero los resultados estratosféricos obtenidos a lo largo de tres décadas indican que dieron con la tecla.
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La idea de Simons era clara y como él dijo «no quiero trabajar 24 horas al día pendiente de todos los mercados y de tener millones de datos en la cabeza. Lo que quiero es detectar un patrón de comportamiento y generar modelos que consigan, mediante muchas operaciones, ganar dinero mientras yo estoy durmiendo». Es decir, Simons buscaba la piedra filosofal a través de complejos algoritmos que sirviesen para predecir el comportamiento de los precios bursátiles, con un porcentaje de acierto suficiente como para que por la Ley de Los Grandes Números el sistema fuese fiable, tomando decisiones ajenas a todo tipo de emoción, siguiendo ciegamente el modelo.
El gran mérito de Simons fue que consiguió algo que nadie más parece tener, un secreto guardado tan celosamente como la fórmula de la Coca-Cola ('la chispa de la vida'). Y, sobre todo, que lo consiguió en unos momentos en los que el Big Data estaba comenzando a desarrollarse y FaceBook y otras redes sociales en las cuales la gente expone voluntariamente su vida y secretos estaban en la cuna. O sea, Simons fue Zuckerberg antes que el propio Mark Zuckerberg. Curiosamente, Simons nunca sonó como candidato al Premio Nobel de Economía, tal vez porque su trayectoria despierta recelos y cierta envidia. En cambio, sí lo consiguieron otros brillantes investigadores en dicho campo como Eugene Fama o Robert Shiller, los cuales lo compartieron en el año 2013.
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Y volviendo a Leontxo, o sea, yendo más allá o 'saliendo de la caja', surge la duda tremenda de que si lo que va a pasar mañana sigue un patrón preestablecido, eso significa que no depende de nosotros y si es así nuestro grado de libertad sería mínimo. Es decir, estaríamos jugando a algo en lo que creemos ser libres y decidir, cuando realmente casi sólo seguimos una ruta pautada. Recuerdo que hace un cuarto de siglo estaba de moda un juego infantil que consistía en un volante en el cual el jugador tenía la sensación de tomar decisiones conduciendo, pero realmente la carretera que iba apareciendo en la pantalla estaba predeterminada.
Siempre me llamaron la atención en las tiendas de animales esos hámsters que se afanan en dar velozmente a sus patas en una rueda de la que no salen y de la que no obtienen nada, por mucha velocidad con la que corran. Según avanza la vida empiezo a pensar que somos como el hámster, el cual vive siempre en la caja. ¿Libertad de elección o destino? El hámster seguro que se cree libre. Vivimos en un mundo de hámsters y gángsters. Suena parecido, pero no lo es.
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