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Dar una vuelta por un supermercado en España es el mejor análisis sociológico que se pueda realizar, incluso mejor que los que realiza el CIS (la ironía es un mecanismo de defensa ante la situación que vivimos y, de momento, está permitida). Ese breve análisis ... por las estanterías nos dibuja la cruda realidad. Por un lado, la verdadera inflación, ya que hay infinidad de productos básicos cuyo precio ha subido en un año más de un 25%. Por otro, que cada vez hay más productos de aquellos en los que España había sido una referencia a nivel mundial y que ahora vienen del exterior (espárragos de China y Perú, naranjas de Sudáfrica, uvas de Chile, fresas y aceite de Marruecos, miel de China, infinidad de moluscos de zonas del Pacífico de dudosa fiabilidad...). Y surge la pregunta: ¿qué produce España actualmente? Y la respuesta es que poca cosa.
La llegada del euro y la globalización, con el consiguiente derrumbe de fronteras comerciales, ha acentuado la realidad de las 'dos europas'. Una, la 'Europa A', que se basa en la tecnología, en los servicios especializados y en industria de alto valor añadido (Alemania, Holanda, Noruega, Suecia...). Y otra, la 'Europa B', con España a la cabeza, que languidece y sobrevive a base de servicios de bajo valor añadido y del torrente de ayudas que recibe de la parte rica del continente, pero esas ayudas (muchas vinculadas al covid) se acaban ahora y el shock económico puede ser importante. Esa 'Europa B' (España, Portugal, Grecia...) se caracteriza por el desempleo, la corrupción, el éxodo de los jóvenes mejor formados, una omnímoda e ineficiente burocracia y una clase política mediocre que mengua las libertades del ciudadano. Es una Europa que hasta hace poco competía a base de salarios bajos, pero la convergencia de los mismos hacia el resto de Europa y la deslocalización están destruyendo tejido industrial. La deslocalización ha existido siempre y en décadas pasadas España se benefició de la misma, pero ahora sucede lo contrario y no debería extrañarnos, porque son las reglas del juego.
España se juega su futuro en un escenario en el que no puede competir devaluando su moneda, no puede modificar el tipo de interés y no puede emitir moneda propia para hacer frente a la monstruosa deuda pública existente. Es decir, toca competir en el mercado, eso que tanto odian los que viven a costa del sudor ajeno. Y se puede competir por calidad o por precio. Si por calidad no podemos, porque no apostamos por la tecnología, y por precio no es viable, porque deberíamos tener sueldos míseros para competir con el sudeste asiático, el futuro es evidente que se presenta muy negro.
La realidad socioeconómica de España se resume en el siguiente decálogo:
1. Somos uno de los países de Europa que menos apuesta por la tecnología y la investigación. El economista neoyorquino Robert Sollow, Premio Nobel de Economía del año 1987, llegó a estimar que la tecnología generaba el 87% del crecimiento económico.
2. Exportamos cerebros universitarios altamente cualificados e importamos mano de obra de nivel básico. Si un campesino, después de agotadoras jornadas de trabajo, después de pagar muchos gastos, cediese gratuitamente los frutos de su cosecha, pensaríamos que no tiene muchas luces. Eso es justo lo que está haciendo España.
3. Tenemos un alto desempleo, especialmente juvenil, lo cual sólo conduce a dos conclusiones. O bien los datos oficiales son falsos o el sistema educativo y el marco de legislación laboral que hay en España son un desastre.
4. La pirámide poblacional está muy envejecida y hace insostenible el sistema de pensiones y genera un coste sanitario enorme para el futuro. Pensar que los abuelos estén sosteniendo con sus pensiones a los nietos, que malviven de ayudas, pone la piel de gallina a cualquier persona que tenga medio dedo de frente.
5. La deuda pública, superior al billón y medio de euros, y fruto de la pésima gestión de los gobiernos de los últimos 15 años, pesará como una losa brutal a las siguientes generaciones. Dicen los economistas de la rama 'conductista', como Kahneman, Ariely, Tversky, etc., que el ser humano tiene dificultad para comprender la verdadera magnitud de las cifras muy grandes. Por eso, si ustedes piensan que la deuda pública española es equivalente a ocho millones de pisos de gama media o a sesenta millones de coches, comprenderán de qué estamos hablando.
6. Hay una jungla normativa (fiscal, laboral, mercantil, etc.), compleja, interpretativa y cambiante, que ahuyenta a cualquier inversor y dificulta la generación de empleo.
7. Hay un descomunal entramado político-burocrático, que obliga a tener una altísima presión fiscal para poder sostenerlo, sin que aporte nada al ciudadano. Esa presión fiscal frena el ascensor social por la gran progresividad del IRPF, supone un lastre para poder competir y empobrece al ciudadano. En muchas ciudades se da la triste paradoja de que la empresa que tiene más empleados es su ayuntamiento, lo cual es aberrante.
8. España es un país que demoniza a autónomos y pymes, cuando son los que generan el 74% del empleo privado.
9. Hay un sistema electoral clarísimamente deficiente, que genera ingobernabilidad y situaciones esperpénticas como que decidan el gobierno del país los que no quieren pertenecer al mismo. Ni Groucho Marx o Cantinflas hubieran diseñado un escenario así.
10. Tenemos el segundo idioma más importante del mundo y despreciamos absolutamente esa ventaja. Dentro de poco habrá traductores para el silbo gomero.
España tiene dos gigantescos chalecos protectores llamados Unión Europea y Euro, pero eso no será suficiente si seguimos pegándonos tiros en el pie.
Posdata. Los tiros ya se dan con metralleta en forma de ráfaga porque la pistola disparaba despacio para el gusto de algun@s.
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