Dice el saber popular que «la virtud está en el término medio», lo cual trata de expresar la idea de que generalmente las soluciones óptimas en la vida no suelen encontrarse en los extremos. La cuestión está en saber dónde está dicho punto óptimo y ... en materia económica hay una gran disputa sobre cuál es el grado idóneo que debe de tener el gasto público respecto al PIB total del país.

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Para los keynesianos, el Estado debe de actuar de motor que tire de la demanda y para los defensores de la 'Escuela Austríaca', con Hayek (1899-1992) a la cabeza, cuanto menor sea el peso del gasto público en el total de la economía, más pujante será un país. No obstante, hay muchas evidencias históricas que apuntan hacia dónde puede estar dicho punto idóneo.

La historia reciente ha dejado a la luz el resultado al que conducen unas y otras políticas y los países gobernados por un férreo control estatal, con un mínimo grado de libertad económica y gran peso del sector público, no han podido mantener el pulso con aquellos que tuvieron a la libertad económica como bandera. Es el viejo debate planteado por Milton Friedman (1912-2006), Premio Nobel de Economía del año 1976, en el cual se enfrentan, por una parte, la idea de conseguir la igualdad por encima del creamiento económico y, por el lado contrario, la idea de conseguir el desarrollo económico aún a costa de la desigualdad. La realidad ha demostrado que los países que han seguido la ruta primera han conseguido igualar a sus ciudadanos… en la pobreza, mientras que los que han seguido la segunda han generado riqueza repartida de forma desigual.

Y, en dicho debate, surge la idea planteada por el economista Richard W. Rahn, famoso por su capacidad didáctica y mediática, y por su imagen peculiar, con un ojo tapado en plan pirata por un problema de salud. Rahn planteó que la relación entre el gasto público y la riqueza o prosperidad de un país puede plasmarse en una curva que representa a una letra 'U' invertida, cuya interpretación es la siguiente. Al principio, cuando un país es pobre y carece de los más elementales medios para garantizar seguridad, sanidad, educación, etc. a la población, un aumento del gasto público en dichas áreas, genera un gran aumento de la prosperidad y de la riqueza. A partir de ahí, a medida que el gasto público crece, la mejoría económica se produce pero cada vez en menor medida, pero llega un punto en la curva a partir del cual el aumento del gasto público genera decrecimiento económico, porque detrae recursos al sector privado y entumece y adormece a la economía del país.

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La cuestión radica en fijar en qué nivel se produce el punto máximo de esa U invertida, punto a partir del cual el aumento del gasto público comienza a ser dañino. Las estimaciones de Rahn apuntan a que el umbral se situaría en torno al intervalo (15-25) %, mientras que otros estudios como los de los italianos Vito Tanzi y Livio di Matteo creen que estaría en torno al 30%. Por su parte, James Kahn sitúa dicho umbral cercano a la idea defendida por Rahn y resalta como «extremadamente perjudicial» para un país cuando sobrepasa el 30%. Hay que tener en cuenta que en España ya supera el 40% y se anuncia que hay intención de acercarlo al 45%. España tuvo dos periodos económicamente extraordinarios, siendo el primero el habido en la década de los sesenta, cuando el aperturismo económico, y el segundo el correspondiente al periodo 1996-2004. A título de ejemplo ilustrativo, en esos ocho años esplendorosos para la economía, el PIB per cápita aumentó el 64%, la riqueza neta de las familias se duplicó, el número de ocupados pasó de 12,6 millones a 17,6, el desempleo se redujo del 22,8% al 11,5% y la inflación media se redujo del 4,3% al 2,2%. Y lo más curioso: los dos colectivos que pretenden proteger quienes defienden un alto gasto público resulta que fueron los grandes beneficiados cuando el gasto público se redujo, como son por un lado las mujeres, ya que el número de ellas con empleo aumentó un 58%, y los asalariados con empleo indefinido, los cuales aumentaron otro 58%. Esos datos deberían ser suficientes para cerrar cualquier debate, pero 'no hay peor ciego que el que no quiere ver', y también hay 'miradas interesadas' que hacen que se defienda un gran gasto público por cuestiones electoralistas, como advierten Edward Prescott y Finn Kydland, Premios Nobel de Economía del año 2004.

Pero no es España el único ejemplo que evidencia la teoría de Rahn, sino que países como los nórdicos o la misma Alemania o Japón son ejemplos claros de sociedades que han convivido con altas tasas de gasto público y sus economías se han visto lastradas por crecimientos bajos durante décadas, de modo que han ido perdiendo posiciones en el ránking. Una economía funciona mejor cuanto más eficiente es y más allá del umbral reseñado por Rahn, el gasto público es ineficiente, pero es que además hay que tener en cuenta que ese dinero sale de algún lado, no cae del cielo. Y sale de quitárselo a la gente de su bolsillo, con lo cual no puede consumir o no tiene dinero para comprarse una vivienda o para pagarse un alquiler. Y sale de quitárselo a las pequeñas y medianas empresas, con lo cual pierden parte de sus recursos para invertir y generar puestos de trabajo.

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Y falta lo peor, y es que si bien es cierto que en la parte inicial de la 'Curva de Rahn' el gasto público va orientado hacia parcelas que dan gran utilidad social (sanidad, seguridad, educación, etc.) a partir del umbral de Rahn, el gasto público va orientado a políticas dadivosas que meten el pez en la boca de la gente, en lugar de enseñarla a pescar y de hacer que haya más peces en el lago donde está pescando. Es decir, a partir del 'Umbral de Rahn' el gasto público va dirigido a fomentar burocracia, a generar ineficiencias, a políticas electoralistas populistas que empobrecen a la gente, generándoles un problema como el de la vivienda para luego venderles la falsa idea de que les van a arreglar dicho problema. Un problema creado, en gran medida, por quienes ofrecen la solución al mismo.

Una ventaja que tiene la idea de Rahn es que se conoce con exactitud el gasto público, (o eso nos cuentan ), con lo cual podemos saber con certeza en qué punto estamos de gasto público respecto al PIB de un país. Una cosa que hay que matizar es que no se trata de medir la presión fiscal existente, sino el gasto público, es decir, lo que se recauda mediante impuestos más lo que se gasta en exceso, que genera una deuda que tendrán que pagar las siguientes generaciones. A eso, eufemística y cínicamente, se le pone el nombre de 'solidaridad'. Pocas ideas me producen una repugnancia más grande que esa, ya que pretende disfrazar de solidario el dejarle una deuda brutal a la siguiente generación.

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Pero ya dijo Groucho Marx que la mejor manera de que alguien esté agradecido es crearle un problema y después ofrecerle una solución… falsa. Para eso está el gasto público desmedido.

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