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Después de la Segunda Guerra Mundial, Albania, un pequeño y montañoso país situado a orillas del Adriático, vivió aislado totalmente del exterior bajo la dictadura ... férrea del estalinista Enver Hoxa, tan tirano como el nombre de la capital del país, Tirana.
Bajo el régimen de Hoxa, Albania era agrícola y rural, era normal ver en su capital carros de bueyes y había más bicicletas que coches. Ahora abundan los Mercedes. Hoxa odiaba el liberalismo occidental y también se fue alejando de China y de la URSS por considerarlas revisionistas, y se convirtió en una especie de Corea del Norte, pero más atrasada. Albania intentó sobrevivir autárquicamente, con el previsible resultado. O sea, un desastre económico, como ya advirtió siglos atrás el icónico economista británico David Ricardo. Hasta ese momento, la población albanesa (curiosa mezcla de kosovares, gitanos, musulmanes muy peculiares, eslavos, etc.) veía pirateada la televisión italiana y la yugoslava (cuando Yugoslavia existía bajo el mandato hegemónico de Tito), disfrutando del baloncesto espectacular balcánico. La imagen representativa de aquella época son los centenares de búnkers subterráneos construidos en el centro de Tirana para defenderse de ataques imaginarios que nunca sucedieron. Otra 'peculiaridad' de Hoxa es que había un barrio en el que sólo podían entrar los políticos y los privilegiados funcionarios. (En algunas cosas fue un precursor).
A la muerte de Hoxa, en 1985, se abrió la lucha por el poder y aunque en las primeras elecciones ganó el partido continuista, rápidamente el deseo de la población de abrirse al mundo supuso la llegada de un partido que aplicó todo lo contrario. Es decir, la ausencia total de reglas. En 1992, Sali Berisha fue aclamado en la imperial Plaza de Skanderbeg, en el centro de Tirana, y anunció políticas «emprendeduristas», según él, siguiendo la doctrina reaganiana o thatcheriana. Pero Berisha no debió entender muy bien dichas doctrinas liberales y lo que aplicó fue el puro caos, ausente de toda regulación y control. El resultado fue un cataclismo social y financiero.
Bajo el poder de Berisha florecieron como setas todo tipo de empresas dedicadas al negocio más viejo del mundo después de la prostitución. O sea, la estafa piramidal. Bajo el paraguas de fondos de inversión, hasta dos tercios de la población albanesa llegó a colocar sus ahorros en inversiones fantasma, sin ningún activo real que las respaldase, ofreciendo rentabilidades de más del 100% anual. Como siempre sucede en esos casos, con el dinero de los nuevos incautos se pagaba a los anteriores 'inversores'. Incluso en la Fórmula 1 era habitual ver anuncios de esas entidades para captar dinero ávido de promesas imposibles.
Y en ese entorno, en 1997 un temerario de las finanzas, Xhaferri, presidente de un club de fútbol, el KS Lushnja, el cual ofrecía triplicar el capital en sólo tres meses, contrató como entrenador a Kempes, el legendario jugador argentino que triunfó en el Valencia y que hizo campeona mundial a Argentina en el Monumental de Ríver Plate en 1978, bajo el régimen de Videla, con algún partido sospechoso por el medio, como el de Perú. Kempes llegó a Albania y fue recibido en olor de multitudes, pero su estancia fue más bien breve. A los pocos días de su llegada, el FMI (Fondo Monetario Internacional) decidió advertir a la población albanesa de que no era buena idea vender su vivienda para entregar el dinero a esos fondos piramidales. Lo siguiente ya fue de libro. Las colas para rescatar el dinero, la debacle total, la ruina de toda la población y la huida por piernas de Kempes, el cual tuvo que marcharse ante la caída de Xhaferri y la realidad de un país sumido en el caos y la miseria. Y la enigmática y grandiosa Plaza de Skanderbeg, que enamora e impacta al turista cuando llega, como testigo. La mitad sur del país se sublevó y reinó el caos y el terror, con una caída espectacular del PIB y con el estado desaparecido. Una especie de régimen 'antiHoxa', como el negativo de una foto. Caos absoluto frente a control absoluto. Ambos, malas recetas.
Pero en esas humeantes ruinas y cenizas financieras se sembraron bases más sólidas y sensatas, basadas en políticas de libre mercado, pero con regulación estatal para garantizar que no se repitiese lo vivido. Poco a poco el país fue creciendo y hoy Albania ya sorprende al visitante. Por un lado, su heterogeneidad étnica y social y, por otro, destaca el gran salto económico dado. Ahora el aeropuerto de Tirana, 'Teresa de Calcuta', está desbordado totalmente ante la llegada masiva de turistas y las calles de Tirana rebosan vida y dinamismo. Los búnkeres de Hoxa hoy son una atracción turística. Tirana es ahora una ciudad curiosa, donde se pueden ver mezquitas y rascacielos, lujosos Mercedes y escenas poco edificantes como niños gitanos de cinco años vendiendo flores; amplias avenidas y semáforos modernos que no hay aquí. Destacan un edificio con un restaurante giratorio en lo alto, que ofrece espectaculares vistas de la capital, y un estadio de fútbol futurista, muy diferente al que albergó a Kempes en su día. Una especie de futura Croacia, que pretende entrar en la UE y que tiene un poderoso turismo en su costa y unos postres deliciosos parecidos a las baclavas.
A lo largo del último siglo Albania pasó por casi todos los regímenes políticos posibles y su historia es un manual de lo que funciona y de lo que no funciona. Todos aquellos lugares en los que reina la autarquía y la dictadura férrea acaban mal y con miseria para su población, y todos aquellos en los que reina la total ausencia regulatoria generan caos y miseria porque 'la avaricia rompe el saco' y todo el mundo persigue el dinero fácil. En cambio, donde hay incentivos para trabajar y leyes claras y estables florece la riqueza. Pero, para quien vende paraguas es mejor la lluvia que no el buen tiempo. Eso explica muchas cosas.
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