Muérese el año

S iguen encendidos los neones de esta ciudad, la más vivible de Asturias (quiero decir Gijón). Y sigue el hambre de luces, de jolgorio y de consumo, más o menos frenético, propio, claro, de las Navidades, fechas estas que siempre rechazan los límites cronológicos del ... personal y se reinventan cada año para la edad de cada uno. Cuántas cosas, cuántas fiestas, cuántos encuentros… y cuánto falso alegre con miradas picaras y también de cansancio, ilusión y tristeza se ven en estos días ya crepusculares del año en los que, en medio de una gran inquietud ciudadana, termina el 24 con el polvo de los días barriendo las fiestas, trayendo el nuevo tren de 12 vagones y el final de la espera de los niños por los Reyes Magos. Y ahí está enero, mes podador. Y veo la vejez en los dientes y en los brazos enfermos, lánguidos y larguísimos de tanto pobre pidiendo por las aceras. Pero, no. No es cosa de ponerse triste. Aunque el año a estrenar siempre es anunciado en una ristra de vaticinios feroces, a muchos nos basta con seguir aquí mientras se pueda. No importa lo que traerá el próximo año. Pero, sea como sea, no hay que perder la costumbre de decir: 'sí y no' cuando corresponda decirlo, y defender la alegría si se deja abrazar; contentarse uno con sus cosas; no perder la mano de aquellos a quienes quieres y, si fuera posible, encontrar algún poema o lectura que aún dé cuerda al corazón. Por otra parte, ya sabemos bien –desde 'El Lazarillo de Tormes'– que este país siempre ha sido un solar de pícaros, y que ser honrado parece ser débil y la mentira ingenio. En todo caso, los botones de las mimosas están otra vez estallando, y el alma del aire enseguida va a ser amarillo real como el de la infancia. Por eso, bienvenido enero, mascarón de proa, rompehielos del año nuevo. Con nuestra digestión pesada del hartazgo de estos días pasaremos de un año a otro con elegancia, alegría, salud y 'forsa en el canut'.