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Observo a un grupo de jubilados que están hablando de sus cosas. De repente, uno de ellos alza la voz. «A que no hay co…», dice. ¡Peligro! Estamos ante la frase que ha traído más desgracias al mundo. La que no deja indiferente a nadie ... y obliga a aceptar el reto para no quedar como un cobarde. En este caso, propone ir a tomar el vermú a León. Así, de golpe y porrazo. Por supuesto, no tienen otra cosa que hacer. Después de cumplir con su etapa laboral, la vida se ha vuelto para ellos muy laxa. Relajada a tope y sin ninguna obligación. Asegura que lo ha mirado por internet –sí, también la gente de más avanzada edad lo sabe manejar– y que el billete de tren sale por unos pocos euros. Es martes y en una franja horaria que no podemos considerar punta. El coste real del servicio lo paga el Estado, o sea, todos nosotros. El grupo se activa y decide quedar a una hora determinada en la estación. Han bastado cinco minutos y la alusión testicular para que surja un viaje de ocio espontáneo, sin ninguna necesidad. Desde luego, algo que no sucedería si este servicio no estuviese subvencionado a tope.

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