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Esta semana supimos que definitivamente Gijón no optará a ser sede del Mundial de Fútbol 2030. Algo, claro, que no es ninguna sorpresa: nuestro Ayuntamiento ya había dado este tema por zanjado en marzo. Es más, hasta realizó una chusca campaña publicitaria para anunciarlo. 'Un ... mundial es caro. Ser mundial no tiene precio', decía. Sinceramente, a mí lo de ser sede mundialista nunca me acabó de cuadrar. Veía mucho interés de la propiedad del Sporting y muy poco de las administraciones. ¿De verdad esta ciudad aspiraba a un estadio de 300 millones de euros (primera versión) o 150 (segunda), mientras ni siquiera tiene una estación donde recibir a los visitantes? Sí, porque el proyecto de la intermodal está previsto licitarlo en 2026, o sea, que para 2030 estará (con suerte) en obras. Oigan, a ninguna otra sede seleccionada le pasa esto. Todas tienen sus infraestructuras acabadas desde hace años y solo queda pendiente la reforma del estadio. Aquí nos faltan las dos cosas. Tampoco quedó claro lo de la financiación. A la postre, quién iba a pagar la millonaria fiesta. Que se sepa, el Gobierno central habló de una ayuda muy nebulosa y la inversión privada no apareció por ninguna parte. Vivimos, pues, una especie de ensoñación por parte del Grupo Orlegi que puso todo el empeño del mundo en que se llevase a cabo. Eso sí, sin ser propietario del estadio, como sucede con otros clubes interesados (Real y Atlético de Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián…). Pitido final.
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