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Imagínense la siguiente situación. El segundo contribuyente a Hacienda quiere negociar lo que llama una «fiscalidad singular». Es decir, no quiere pagar como los demás, sino una asignación ajustada a sus necesidades. O sea, recaudar los impuestos, tener unos servicios acordes con esa cuota y ... una solidaridad a la carta con el resto de la población. ¿A qué sería imposible? ¿A qué pondríamos el grito en el cielo? ¿A qué hablaríamos de una rotura del sistema fiscal y su principio de progresividad? Pues bien, es lo que está pasando con la financiación autonómica. El pacto alcanzado entre el PSC y ERC para investir al socialista Salvador Illa, no tiene nada de «magnífico», como dijo el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sino todo lo contrario. Es la ruina para el resto de los territorios. No es, como nos afirma Sánchez, el principio de un federalismo que nadie ha debatido, sino una cesión de la soberanía del Estado a Cataluña por unos votos. Repito: con efectos nefastos para el resto de comunidades, puesto que el actual sistema saltaría por los aires. Nada que ver con lo que tenemos ahora. Sería otra cosa todavía por determinar.

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