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Perdón por citarme a mí mismo. Hace dos semanas escribíamos en estas mismas páginas una columna sobre la salud mental. En concreto, resaltando la cantidad de personas que decidieron o intentaron quitarse la vida desde el Cerro de Santa Catalina. Hacíamos una recopilación de los ... casos dos años atrás, algunos tan conocidos como los de la joven Claudia y otros en los que se evitó la tragedia in extremis. Pues bien, desde entonces -quince días, repito- el problema no ha hecho más que incrementarse. La semana pasada un muchacho de 20 años desaparecía de su domicilio. Alertados los equipos de emergencia por sus familiares, encontraron su sudadera en la cortante próxima a la pista deportiva de la Atalaya en Cimavilla. El cuerpo fue localizado al día siguiente en la playa de Serín. Este pasado viernes a todos nos conmovió el caso de las dos niñas rusas en Oviedo. Decidieron saltar desde la ventana de un sexto piso de su edificio, dejando a la ciudad, comunidad escolar y a toda Asturias en estado de shock. Durante el fin de semana, en el barrio de Villalegre de Avilés, un agente de la Guardia Civil de paisano impidió que un chico de 19 años se arrojase a las vías del tren. Como ven, el goteo es continuo y no para de crecer. Terminaba mi artículo con una inquietante pregunta que parece no tener una respuesta sencilla: ¿qué nos está pasando?
Quizá lo primero debemos empezar a hacer es llamar a las cosas por su nombre. Tenemos una oleada de suicidios -sobre todo en personas muy jóvenes- a la cual debemos hacer frente. La palabra es cruel y da repelús solo con mencionarla. Suele ser edulcorada, incluso en los medios de comunicación, pero hay que empezar a utilizarla. No sé, imagínense que al cáncer lo denominásemos «degeneración celular» o algo parecido, ¿acaso favorecería esto que tomásemos conciencia de la necesidad de invertir en sus tratamientos? Sin duda, echar azúcar a lo que es amargo, no lo hace más dulce. Llamar a los suicidios de otra forma más agradable, tampoco contribuye a que sea visible la gravedad del problema. Máxime cuando uno tiene la impresión de que el mal ya está hecho. Dicho de otra forma: que estamos llegando tarde a la hora de abordar las causas y sus posibles soluciones. El que personas que apenas acaban de empezar su vida decida acabar con ella, no deja de ser un síntoma de que algo falla en nuestra sociedad. Insisto, necesitamos saber el porqué.
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