En 2023, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), tuvimos en Asturias 2.762.510 visitantes. Fue año récord, con un crecimiento del 13,7% con respecto al anterior. Por lo visto, estamos a las puertas de un verano donde se volverá a batir esa ... cifra. Incluso desde el sector prevén un 6,3% más. Esto, claro, ha llevado a que después de la pandemia comencemos a cuestionar nuestro modelo turístico. El que se basa solo en el crecimiento y al que las administraciones lo único que hacen es añadirle la sobada etiqueta de «sostenible». Ojo, no viendo otros ejemplos donde ya se han rebasado todas las líneas rojas, con el consiguiente perjuicio para los residentes. Sin ir más lejos, el domingo pasado unas 10.000 personas salían a la calle en Palma de Mallorca en contra del turismo de masas. El mismo que les ha expulsado de sus barrios y dejado sin accesibilidad a la vivienda. Anteriormente, se habían producido manifestaciones similares en Canarias. Por tanto, y ya que no queremos llegar a ese punto, deberíamos preguntarnos qué debemos hacer para que esta burbuja no nos lleve por delante. Desde luego, la cuestión no es fácil.
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Sí, porque se habla mucho de «sostenibilidad». Ahora bien, ¿cómo se consigue? ¿Qué hay que hacer? ¿Ponemos fronteras para que entre menos gente en el paraíso natural? ¿Existe alguna forma de limitar el número de visitantes? Si la contribución del sector sigue creciendo, en la actualidad está sobre un 11% del PIB, ¿qué hacemos? ¿Decrecer? ¿Se pueden permitir ciertas zonas de Asturias –sobre todo las alas– dejar de recibir viajeros? Sin duda, no. Por el momento, lo que se nos ha ocurrido es muy asturiano: gravar con más impuestos la actividad. La llamada ecotasa ni resuelve el problema, ni genera recursos para paliar el incremento de gastos, puesto que acabarán tapando otros agujeros. De hecho, en Baleares hace tiempo que la tienen, recaudan 120 millones de euros anuales y miren cómo están: peor que nunca. El debate, pues, debe centrarse en nuestra capacidad para absorber ese mogollón de población estival, sin que esto repercuta en quienes vivimos aquí. Al menos, que no nos haga la vida imposible, mientras en invierno las villas y pueblos se quedan completamente vacíos. Al final, lo que realmente necesitamos es habitantes y no solo turistas: gente que viva y trabaje aquí, contribuyendo a que la población no siga cayendo.
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