Sin duda, uno de los grandes atractivos del verano gijonés está en sus festivales. Eventos que han ido cogiendo más fuerza tras la pandemia. Hasta cuatro se concentran en este tiempo estival que incluyen conciertos y diversas actividades. Serían Metrópoli, Tsunami Xixón, Ye-Yé y ... la Semana Negra. Que el pasado viernes, fecha en la que se inauguró el primero, más de 10.000 personas agotasen las entradas para ver a la cantante de moda, da buena prueba del éxito que están teniendo. Digo más, abriendo incluso el debate sobre quién es de verdad el rey en nuestra programación veraniega. Si antes no había duda de que la Semana Negra se llevaba la palma, ahora eso hay que ponerlo en solfa. El evento negro presume siempre de tener las mejores cifras de participación. Sin embargo, nunca tuvo un mecanismo verificable de asistencia, puesto que la entrada a su recinto es libre y gratuita. Además, cuando hace balance de cada edición, sus números chirrían por exorbitados. Por tanto, da la impresión de que la competencia le está ganando terreno, si no es que le ha superado ya. Eso sí, sin tanta fanfarria y apoyo municipal como siempre ha tenido la Semana Negra durante su larga historia. Digamos, pues, que será interesante ver la evolución de estos festivales a lo largo de los próximos años.
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Por otro lado, el nuevo equipo de gobierno tiene el afán de volver a los macroconciertos. Es decir, a entrar en las giras de artistas internacionales con renombre capaces de llenar grandes recintos como El Molinón. Hablamos, por ejemplo, de Bruce Springsteen. Algo muy loable pero que es necesario analizar con cautela. Esto es, si compensa el esfuerzo económico de traerlos, puesto que pueden causar un agujero de grandes proporciones en las arcas municipales, disfrazado luego como inversión en la promoción turística de la ciudad. Los últimos macroconciertos que tuvieron lugar en Gijón -durante un mismo fin de semana actuaron Elton John y Lenny Kravitz en julio de 2015- se saldaron con abundantes pérdidas. En concreto, Divertia tuvo que poner 403.000 euros por la diferencia entre la venta de entradas y el caché de los cantantes. Ojo, esta fórmula que parece muy golosa -pero con alto riesgo para ciudades de tamaño medio como la nuestra- puede acabar siendo un quebradero de cabeza a la hora de cuadrar los números. En otros lugares, se ha apostado por conciertos más pequeños y con tirón popular. En definitiva, los festivales.
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