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Como es sabido el ministro de Transportes, Óscar Puente, es un tipo particular. De hecho, le gusta más la refriega política –es el primero en apuntarse– que su propio cargo. Es más, cuando le preguntan por algo relativo a su ministerio sale por peteneras. Es ... lo que pasó con el caos ferroviario que se montó el pasado verano. Ante los continuos problemas en la red de larga distancia, Puente acudió al Senado para decir que el ferrocarril estaba «viviendo el mejor momento de su historia». Todo ello, mientras miles de viajeros se quedaban tirados por los retrasos o cancelaciones en los trenes. El pasado sábado un tren remolcado entre las estaciones madrileñas de Atocha y Chamartín descarriló, produciendo un auténtico colapso. Pues bien, ¿qué hizo el ministro? Sembrar dudas. Insinuar una especie de sabotaje sin esperar a la pertinente comisión de investigación. Además, cuando le preguntaron si todos estos problemas se debían a una falta de inversión, Puente dijo que más bien lo contrario. Aseguró que hay un «exceso de inversión», refiriéndose sobre todo a las obras de la estación de Chamartín (excusa para todo) que afectan directamente al tráfico.

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