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La verdad, no sé por qué se ha armado tanto revuelo por la situación vivida el pasado fin de semana. Ya saben, autovías reventadas de coches en dirección a las playas, arenales abarrotados, retornos eternos, retenciones kilométricas y desesperación general. En definitiva, lo que sucede ... cada verano en las zonas de costa asturianas. Al menos, durante el presente mes vacacional –siempre que el tiempo acompañe, claro– sufrimos varios colapsos de este tipo. En el oriente, por ejemplo, a la altura del túnel de Villaviciosa la A-8 se satura, pese a que cortan uno de sus tres carriles, las playas ponen el cartel de completo y las policías locales luchan desesperadamente para que no entre ni un vehículo más. Si el domingo se esperaba récord de temperaturas por una ola de calor sahariano, ¿qué podíamos esperar? ¿Qué la gente se quedase en su casa viendo como el termómetro subía? ¿Qué no se moviese hacia el mar buscando un poco de brisa? Pues no, el desborde de todos los veranos es lo esperado. Si acaso agravado porque nuestro paraíso natural está de moda por su clima. O sea, lo que nosotros no soportamos (temperaturas por encima de los 30 grados), a los turistas les parece poco (vienen de zonas que superan ampliamente los 40). Lo dicho: nada nuevo.

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