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Alemania es una gran nación a la que, de vez en cuando, se le va la olla. Suele recobrar el raciocinio que le permite construir sonatas para piano y herramientas de precisión al poco tiempo y de forma radical. Por ejemplo, su hipócrita y absurda ... decisión de apagar sus centrales nucleares para depender de la energía contaminante proporcionada por Putin, les lleva ahora a quemar carbón como si no hubiera un mañana. Es sintomático que haya sido en Alemania donde se hayan plantado antes de firmar el acuerdo que prohíbe la fabricación de automóviles propulsados por combustión. Los fabricantes germanos se han dado cuenta deque algo no iba a cuadrar en su PIB con la agenda 2030.
Desde la Revolución Industrial, los sucesivos sistemas de transporte y movilidad convivían durante un tiempo hasta que el nuevo demostraba fehacientemente su mayor eficacia y economía: los rapidísimos veleros y clippers de la Compañía de Indias tardaron en rendirse ante las calderas de vapor. Los carros y diligencias fueron rivales durante décadas de las locomotoras. Ya en el siglo XX, los landós y los automóviles conviven en Nueva York en las películas de Murnau y en las novelas de Edith Wharton (y en Madrid lo hacían en las de Baroja, que me estaba poniendo yo muy pijo con los ejemplos); hasta puedo recordar las elucubraciones de los años 70 entre el diésel y la gasolina. En fin. Ford Almussafes anuncia esta semana un ERE para la cuarta parte de su plantilla por la caída en la producción, y las demás plantas españolas van detrás. Estamos en el sueño marxista de Gramsci: «El mundo viejo se desvanece, el nuevo tarda en aparecer. En ese claroscuro surgen los monstruos».
La fabricación de coches de combustión quedará prohibida en el medio plazo sin que vislumbremos que el automóvil eléctrico pueda sustituirlos. Los motivos siguen siendo tres: no hay infraestructura para su carga, carecen de autonomía y su precio es prohibitivo para la mayoría de la población (y como soy un ignaro en la materia, ni me planteo la cuestión ecológica: ¿cómo se reciclan en Europa cada ocho años 500 millones de baterías?).
Así las cosas, en un plazo muy corto vamos a asistir a una situación que nos retrotraerá un siglo: una minoría de privilegiados podrá disfrutar de libertad de movimiento, el resto nos veremos obligados a utilizar el transporte público. Y este sacrificio sería útil y hermoso en el altar de la Pacha Mama, digo de la Ecología, si no fuera porque cuando uno piensa en un transporte público sueña con la red ferroviaria de Suiza. Y yo me resisto a hacer chistes fáciles sobre el tamaño, los túneles y nuestros trenes. La que se avecina en una pesadilla ecológica.
Los asturianos usamos la libertad que nos proporciona nuestro vehículo privado para, entre otras cosas, apuntalar casas y huertas del pueblo el fin de semana. En quince años las ITV convertirán el Paraíso Natural en un escenario sin humanos y sin paisaje, apto solo para series apocalípticas de HBO.
¿A que apetece llamar a un alemán?
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