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Hay tres cosas que constituyen un deber y un honor ciudadano: participar en un jurado popular, conformar una mesa electoral y, en el caso de ser funcionario de carrera, integrar un tribunal de oposiciones. Como es un honor y un deber que, por diferentes motivos, ... intentamos eludir todos, desde tiempos inmemoriales se estableció un sorteo aleatorio para designar a los miembros, una especie de lotería inversa. Así fue hasta que se aprobó en 2007 una ley orgánica que pretendía conseguir la representación efectiva de hombres y mujeres, más conocida como Ley de Paridad. A partir de ese momento diferentes resoluciones de la Consejería de Educación forzaban la composición de los tribunales para que reflejaran esa paridad sexual alterando el sorteo.
Desde el primer momento fuimos muchos profesores los que señalamos lo absurdo de esa medida, no podíamos entender su finalidad en un proceso que estipula cuáles deben ser los profesionales más cualificados para impartir docencia, a no ser que esta fuera destacar que existe una diferente forma de enjuiciar tales asuntos en función del tipo de gametos que posea el tribunal. Un absurdo que la práctica consuetudinaria desmiente evidente y afortunadamente.
El absurdo se acentúa si constatamos que en Secundaria, por ejemplo, el porcentaje de profesoras alcanza el 70% -y en algunas asignaturas llega al 87%-. No me apetece entrar en el inútil estudio de las razones de esta sobrerrepresentación. Considero que las elecciones que toma un individuo libremente no están para ser comprendidas, y mucho menos corregidas, por aprendices de brujo o de obsesos de la ingeniería social. Es un mundo libre, afortunadamente, y es así. Jamás percibí, cuando me correspondió conformar un tribunal, que existiera un juicio, una predisposición, una mirada distinta en función de mi condición sexual que la que mostraban mis compañeras, la verdad es que entonces jamás se me ocurrió plantearme tamaña estupidez. Juzgamos el conocimiento y la capacidad de difundirlo. ¿O de qué estamos hablando?
Todo este sinsentido derivó en una protesta laboral: como el número de varones es progresivamente menguante entre los docentes, inevitablemente, los que vamos quedando, debemos formar parte siempre de esos tribunales de oposición. Por un momento, disposición del 7 de marzo de 2023, pareció que la consejería entraba en razón: «Dada la distribución por sexos del personal funcionario docente en esta Comunidad Autónoma, así como el desequilibrio existente en la mayor parte de especialidades, se constata la imposibilidad objetiva de paridad , manteniéndose el sistema de sorteo». Aunque fuera por una cuestión casi sindical parecía que había regresado la cordura. Pues no. Pese a toda lógica la composición de los tribunales de oposición en varias especialidades vuelven a mostrar este año el pertinaz designio de la paridad sexual.
Dejemos de lado la cuestión laboral concreta que es puramente anecdótica. A mí lo que me asusta es, como dice el gran Manquiña en 'Airbag', 'el conceto'. Y el concepto que asoma en todo este asunto es peligrosísimo, digno de una distopía de Margaret Atwood. Varios siglos de lucha para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres se ponen en entredicho: ¿por qué debe haber una paridad sexual en un tribunal que establece capacidad de conocimiento o de docencia? ¿Para visualizar al hombre en la enseñanza? Será broma. O quizás pretendemos establecer la idea retrógrada de que existen diferentes formas de juzgar la ciencia en función del sexo. Y ya puestos, ¿cuánto tiempo va a pasar hasta que estos 'ingenieros sociales' que nos gobiernan decidan que la paridad sexual no debe limitarse a la composición del tribunal, sino a los aspirantes que superen dicha oposición? Yo creo que poco, que está al caer si no ponemos coto a esta estupidez. En 'El cuento de la criada' también parecía anecdótico y absurdo el inicio.
¿En qué nos afecta como sociedad que la mayoría de docentes asturianos sean mujeres? En nada. ¿Debemos estipular también la paridad sexual entre los anestesistas, entre los carteros, en el rol de la tripulación del 'Villa de Pitanxo'?
Me imagino lo que dirían, si pudieran, doña Emilia Pardo Bazán o la señora Moliner (cada uno tiene sus ídolos en un campo, para mí son ellas en el de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres). Haber sufrido tanta humillación, tanta condescendencia, tanto desprecio para que ahora nosotros decidamos que eso del conocimiento y de la cultura es una cuestión de gónadas.
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