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La pleamar de efervescencia política, o sería más justo decir de los políticos, se inició hace dos meses y no tiene visos de remitir hasta el día de Santiago y cierra España, por lo menos. Acostumbrados como estamos a los pasos de baile de todos ... los personajes en tiempos electorales casi no prestamos atención, aunque hay piruetas sobre la pista que nos divierten.
Un somero vistazo a los resultados de las pasadas elecciones en Asturias arrojan un dato que no por repetido deja de ser curioso. La victoria la suele conseguir el que menos se mueve. Contra toda intuición y lógica, aquellos mandarines que han decidido seguir la máxima jesuítica («en tiempos de tribulación no hacer mudanza») y permitir que el morlaco pase por delante de ellos sin darle ni un triste pase, acaban alzándose con los trofeos, las dos orejas y el rabo. Fíjense en los resultados de nuestro presidente o del alcalde de Oviedo y luego enumeren, si son capaces, sus logros en sus respectivos mandatos. Eso, mayoría aplastante o absoluta. En cambio, en ciudades como Gijón, donde su equipo de gobierno no ha parado estos cuatro años de mover cosas, se han pegado un leñazo antológico. La verdad es que no sé desde cuando llevamos empleando esta ejecutoria, pero, dados sus efectos, habría que remontarse a Melquíades Álvarez para recordar otro patrón de juego.
Y luego está el asunto de los pactos postelectorales. Como nos sabemos todos la berrea que conllevan tales ceremonias de apareamiento, apenas les prestamos atención. Sabemos que tienen más verdad los duelos con versos, faca y boleadoras del 'Martín Fierro'. Hace tiempo que sólo creemos en las matemáticas y en Hacienda (al final, te pongas como te pongas, ambas tienen razón) y todos los aspavientos acaban rindiéndose a la evidencia, no sin antes hacer el ridículo y motivar la vergüenza ajena. Me parece muy digna la despedida de Begoña Villacís, elogiando a sus rivales y admitiendo que los políticos son el único grupo que se habla peor a la cara que a la espalda. A la hora de escribir esto se admiten apuestas sobre Extremadura. Yo creo en las matemáticas más que en la estupidez humana, aunque ambas sean infinitas.
Aunque no lo parezca -y tampoco nos importe mucho, salvo para librarnos de la mesa electoral-, seguimos en campaña. Esta tiene dos ejes vertebradores: el que más me atrae, por lo original, es el de Sánchez, empeñado en hacernos creer que no existe el sanchismo. Ni sabe quiénes eran esas señoras tan raras que hacían leyes y que molestaban tanto a sus amigos, ni se acuerda de quién es Bildu (aunque se lo recuerde su delegado del Gobierno). Puede que le funcione. Ahora está en lo que los medios llaman «dar a conocer a los ministros socialistas». Él mismo entrevistó la semana pasada a Luis Planas y a Escrivá. ¿Qué quieren que les diga? A mí, más que un acto político, me pareció un tierno homenaje a Mari Carmen y sus muñecos. Entrañable e inútil en todo caso.
Lo del PP es igual de inútil, pero menos entrañable. Eso de rescatar a Chanquete y quedarse muy quieto aburre hasta las piedras. A lo mejor se apuntan a la vía asturiana, no hacerse notar hasta que pase el diluvio.
Menos mal que nos queda Vox para animar el espectáculo. Todo el espectro político, en homenaje a Cavafis, ha orquestado un 'Esperando a los bárbaros' con ellos. Lo malo es que son tantas las expectativas-ultra que sus rivales han creado que, inevitablemente, van a desilusionar: como no hagan obligatoria la mantilla española allí donde mandan un poco, no quemen algunos libros en plan Bradbury durante la Semana Negra o no cuelguen a los homosexuales de las grúas, el público se va a defraudar. Puede que la idea de Foro de volver a abrir la plaza de toros sea una especie de abrazo del oso a la formación de Abascal. Sobre todo si vuelve Morante. Lo terrible no fue que matara a 'Feminista', lo letal para Vox fue que dos años antes el ultradiestro o extremo diestro se mostrase incapaz de matar al segundo de su lote. Por cosas así, con Franco te mandaban a la cárcel.
El poema de Cavafis, varía según las traducciones, termina así: «Puede que ellos fueran la solución».
Desengáñense. Los bárbaros ya llegaron hace mucho. Somos nosotros y también nos encanta quedarnos quietos. ¡Qué calor!
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