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Los últimos en llegar a este festival de mayúsculas han sido los de APADAC (Asociación de Padres de Alumnos con Altas Capacidades), a cuya presidenta en Asturias, Irela García, procedo a felicitar por su escrupuloso respeto a la lengua española. Aclaro que lo de 'Altas ... Capacidades' se refiere a un significativo desarrollo intelectual de los ¡¡1.500 niños!! que la asociación tiene identificados en Primaria. Este desarrollo puede conllevar la desafección, por parte de los alumnos, hacia un sistema de aprendizaje demasiado encorsetado. La señora García manifiesta en EL COMERCIO que «más identificaciones suponen más visibilidad y con ello más recursos para estos alumnos», cuyas necesidades educativas específicas necesitan becas. La consejera del ramo coincide en que se debe «mejorar la atención y la formación del profesorado», solución final que todo consejero lleva repitiendo como un 'ite missa est' desde que se impartía clase en la sima de La Sobia. Lo siento por todos, pero a mí que me expliquen de dónde van a salir recursos, formación y becas para tantos, a no ser que alcancemos la 'proporción áurea' de un profesor para cada alumno. Y aun así. Ahí les dejo -sin ánimo de ser exhaustivo- las siglas que cobijan los dictámenes que los equipos pedagógicos y psicológicos evacúan sobre nuestros alumnos: NEAE-TAR-CPHE-ESPEC-EC-TDAH-APR-DGLA-TEA-TGCL… Voy a ser compasivo y les voy a ahorrar la traducción de tal jungla de 'síndromes', disfunciones educativas y demás problemas que encierran. Es llamativo el caso del maestro que encontró en su lista a un alumno desprovisto de todas estas letras y se lanzó a por el desfibrilador pensando que el joven no tenía constantes vitales.
Eso sí, antes de que alguien comience a disparar sobre el pianista, voy a acogerme a sagrado. A reconocer que en los últimos 30 años la educación ha realizado avances significativos y muy positivos en cuanto a la integración pedagógica y social de muchos menores: circunstancias sociales o alteraciones psicológicas (por ejemplo, todo el espectro autista), que antes dejaban fuera del sistema a muchos jóvenes, se han superado con el cambio de mentalidad y el aumento de recursos en las escuelas, colegios e institutos. Pero me parece que tal profusión de trastornos de la personalidad y de la maduración obedece muchas veces a la necesidad de algún gabinete psicopedagógico de justificar su sueldo y a la necesidad de los padres de justificar sus problemas cuando educan a sus hijos. Le pongo una sigla al niño y así se explica todo. Lo peligroso consiste en que al atribuir una nomenclatura científica al síndrome, inducimos la idea de que todos tienen un tratamiento y por tanto una solución en la escuela. Y no hay centro de formación del profesorado que provea de varitas mágicas. Tampoco somos conscientes del peligro que conlleva tanta etiqueta sobre unos sujetos (humanos entre los 6 y los 16 años) que sufren cambios a una velocidad vertiginosa, que son de facto una realidad mutante. Y conste que lo digo por tranquilizar. Porque ese número de 'dictámenes' podría hacernos pensar que la juventud asturiana ha sufrido una alteración genética o una carencia en su alimentación que nos ha llevado a este laberinto alfabético. La verdad es que yo no percibo cambio relevante alguno entre los adolescentes asturianos en los últimos 30 años: se siguen aburriendo en clase y son casi todos gloriosamente estúpidos (el que no lo es entonces lo va a ser inexorablemente el resto de su vida adulta). Exactamente igual que usted y yo a los 15 años. La única diferencia es que mis tonterías quedan recogidas en la memoria recalcitrante de algún amigo, las de mis alumnos pueden quedar grabadas eternamente en la nube. Por ese lado sí que me inspiran compasión.
Les aseguro que un aula de 2º de Bachillerato a las dos de la tarde sigue emitiendo el mismo aroma que en COU. Ese olor que solo se aprecia en esa clase o en el combate de Mohamed Alí contra George Foreman en el estadio de Kinshasa: la mezcla de testosterona y sudor que, para algunos profesores, equivale 'al olor del napalm por la mañana' del coronel Kilgore.
Que los miramos a los ojos y recordamos que la infancia y la adolescencia nunca han sido fáciles. Pero ahí sigue el efecto espejo. Y me sigo viendo a mí -o a usted- como era a los 17: aburrido, desorientado, curioso y estúpido. O como diría el clásico: áspero, tierno, liberal y esquivo. Todo a la vez. Todo eternamente igual.
Al terminar el curso siempre estampo en la lista, junto a la calificación, mi propio acrónimo: ASSTCEE. De este sí que les proporciono traducción: Alumno Sin Siglas. Trátese con Cuidado. Especie en Extinción.
Que Dios los bendiga a todos.
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