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Cada vez que se acercan las elecciones o se anuncian fondos europeos Next Generation (el nombre ya indica quiénes los van a pagar), me consuelo pensando en la peculiar orografía asturiana. Esa falta de terrenos llanos y elevados, salvo en la rasa costera y en ... las majadas de la Cordillera, unida a la presencia de niebla o viento en esos contados lugares nos ha salvado de mucho disparate. Nuestro paisaje impuso que el único aeropuerto viable en Asturias esté situado en un punto apartado de cualquiera de nuestras urbes, que si no.
Que si no nadie duda de que contaríamos a estas alturas con al menos tres –uno por ciudad del área metropolitana y alguno por concejo emergente–. Que su tráfico de mercancías, pasajeros o su número de destinos fuera inexistente o ridículo sería un asunto baladí. El caso sería que todo el mundo tuviera uno, un derecho inalienable que se dice. Eso ha ocurrido en muchas zonas de España. Si aquí nos libramos es sencillamente porque no hay donde trazar una pista, no porque seamos más racionales que otros compatriotas.
Sin salirnos de Gijón, los ciudadanos hemos consentido los últimos 15 años un desperdicio de dinero público en infraestructuras que hubiera dado para sostener a alguna república mediana del tercer mundo, o a alguna consejería del primero. Sin ánimo de exhaustividad: en la ZALIA ya nos hemos dejado 100 millones de euros sin que a día de hoy tenga accesos ni plan de viabilidad, ni nadie sepa para qué está ahí; en la ampliación del Musel, a fin de convertirlo en 'gran polo logístico del Noroeste' ('flatus vocis' donde los haya), íbamos por los 830 millones de euros cuando la UE mandó parar. Creo que sólo habita allí una empresa granelera y ya. La regasificadora nos costó 'sólo' 380 millones y jamás se utilizó. Quizás nadie advirtió que con otras en El Ferrol y en Bilbao tenía poco sentido la nuestra, pero, oye, si ellos la tienen, nosotros también; el túnel del Metrotrén lleva inundado por el agua y los 140 millones de euros que se tragó sin que esperemos ningún submarino en la parada del Bibio. Y si salimos de fin de semana a cuidar el huerto, peor: La Casa del Urogallo, el Aula de Peña Tú, el Centro de Estudios Medioambientales… Vacíos, cerrados o literalmente reducidos a escombros.
Es mi petición en estas elecciones locales y autonómicas: dejen de diseñar pirámides, mastabas y demás homenajes faraónicos a su labor en el más allá, porque en el más acá no aprovechan ni al escriba que haga de conserje. Si a los europeos y a los asturianos nos sobra esa morterada de millones, dediquémosla a bajar algún tramo de sociedades o de IRPF (que un mallorquín se quede sin la deducción autonómica por hijo cuando se traslada a Asturias parece un chiste, pero es verdad), restauremos algún monasterio románico que se nos está viniendo abajo o apoyemos aquellas iniciativas privadas que parecen funcionar y estirémoslas en lo posible: el 'exótico' museo privado de los lácteos en Morcín casi fue obligado a cerrar y eso que atraía a turistas. Lo 'sustituyó' el Museo de La Lechería (más de un millón de euros) que jamás abrió. Puede haber personajes peculiares, heterodoxos, atrabiliarios si se quiere, como el gran Pepe el Ferreiro, que pusieron a su pueblo en el mapa y cuyos sueños funcionan y son rentables. Quizás porque ellos sí pisan ese terreno. Saben lo que es viable y lo que es una horterada carísima y pedante. Me parece más sensato invertir en eso que esperar a que aparezca un jinete ante las ruinas del Calatrava como Charlton Heston en el final de 'El planeta de los simios'. «Maniáticos… os maldigo a todos».
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