Así avance la primavera y el estío cada vez va a estar más presente y ausente. No, no hablo de José Antonio Primo de Rivera quien, por cierto, va a superar el récord de Felipe el Hermoso en cuanto a espacio recorrido después de muerto; ... me refiero al agua.

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Aunque ahora que lo pienso, ha vuelto a aparecer -como un fantasma que recorre Europa- el sintagma 'la pertinaz sequía', con inconfundible tufo falangista, para explicarlo todo. El PP andaluz se ha puesto a legalizar el riego a numerosas explotaciones agrícolas en el entorno de Doñana y parece que el riesgo para el parque nacional es evidente con estas medidas, según la UE. El PSOE también se ha lanzado en tromba para impedirlo, olvidando que no hizo nada para regularizar esos cultivos los cuarenta años en que estuvo al frente de la Junta de Andalucía. Tampoco su Gobierno ha cumplido con la promesa de trasvases que realizó hace ya cinco años. Es el último capítulo en una guerra solapada por un bien escaso en casi toda España. El primero en darse cuenta de este asunto, cómo no, fue Jovellanos. Pero hasta la dictadura de Primo de Rivera y la II República no se tomaron cartas en el asunto. En ambos casos el PSOE, auténticamente federal, apoyó o estuvo detrás de todas las medidas, pantanos y planes que se tejieron. Luego, ya saben, llegó Paco y creó una red que, mal que bien, aguanta hasta hoy. Pero el consenso sobre una política hídrica nacional se quebró para siempre, como si el agua se hubiera vuelto franquista y el PSOE antifederal: Zapatero se cargó el Plan Hidrológico Nacional, financiado en parte por la UE, antes incluso de cambiar el colchón de la Moncloa o de sacar a las tropas de Irak; Pedro Sánchez va a hacer lo mismo con el trasvase Tajo- Segura. Ambas medidas acentúan la guerra entre territorios y nos devuelven a una retórica años 40, como de Aurora Bautista. Por ahí se ha lanzado la ministra Ribera, tan querida en Asturias, tildando de 'señorito' al presidente de la Junta y de 'cortijo' todo su plan (y observando el linaje de ambos haría bien nuestra ministra en medir más sus palabras); otra ministra desprecia las decisiones que se toman en una «pequeña esquina del Estado» y, al fin, sonaron hasta los tambores de un 155 'ecológico' para evitarlo. Resulta evidente que el agua es lo único que podría vertebrar España, un país con cada vez menos líquido y más territorios soberanos, y donde nos sigue faltando intención de arreglar un problema que con el tiempo se complicará más. También haría bien nuestro presidente en no trastocar los versos de García Lorca en 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejía': ¡Qué blando con las espigas!/¡Qué duro con las espuelas!. Para mí que los ha interpretado exactamente al revés, pues a nuestro Ejecutivo no se le ocurrió citar ningún botón del pánico cuando en otra 'pequeña esquina del Estado' la Generalitat se 'fumó' las sentencias del TSJC y del Supremo y alentó el acoso a la familia de Canet, menores incluidos. Al parecer, el sentido de Estado depende de la esquina que te toque.

Y hablando de nuestra esquina, no puedo más que alegrarme de la discreción con que llevamos en Asturias lo de ser los únicos con agua de sobra. Hay que mantenerla escondida no sea que, como con la sidra, el acero y los cachopos, se acaben quedando los vascos con ella.

Cada vez va a ser más necesario un consenso nacional para solucionar la distribución de ese bien tan preciado. Y si, sin que entienda yo por qué, se han colado en esta columna sobre el agua José Antonio y Lorca, aprovechemos para recordar una verdad incontestable. La que nos deja la memoria española del seco y nefasto verano de 1936: ambos eran íntimos amigos.

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