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Se cumplen treinta años de la llegada del primer 'smartphone', producido por IBM en 1994. Tuvo seis meses de vida y lo dejaron de hacer, ignoro cuáles fueron los motivos. Reapareció nueve años más tarde, en 2003, cuando se puso a la venta la BlackBerry ... Quark y en poco tiempo llegó a ser un fetiche del consumo de masas. No era un teléfono, sino un pequeño ordenador que, entre otras muchas aplicaciones, te permitía hacer y recibir llamadas y mensajes. No necesitaba estar anclado a un soporte ni conectado a un enchufe (salvo para cargar la batería), sino que podía ir acoplado al humano a modo de prótesis, y podías ir con él a todos los sitios imaginables. Adultos y jóvenes se engancharon pronto. Tenía un teclado digital que permitía escribir pulsando compulsivamente con los pulgares o con cualquiera de nuestros deditos sobre su fría pantalla. Otros datos a tener en cuenta, para pensar dónde estamos, son que el 4 de febrero de 2004 nace Facebook, una red social que a partir de 2006 puede utilizar cualquier persona que tenga una dirección de mail. En 2005 apareció YouTube. En 2006, Twitter y en 2009, WhatsApp, que se populariza a partir de 2012. En 2010 aparece Instagram, una red social que hoy es utilizada por gente más joven que los que manejamos Facebook. Las IAs son recientes: ChatGPT sale al mercado en noviembre de 2022. Con los móviles, sus herramientas, aplicaciones y otras cosas, deviene la cacareada revolución digital.
Conviene repasar un poco de historia porque a finales del año pasado el Ministerio de Educación propuso a las comunidades autónomas abrir un debate sobre la posibilidad de prohibir, regular o restringir el uso del teléfono móvil en las escuelas e institutos. Posteriormente el presidente Sánchez planteó sacar una ley de protección de los menores contra el porno. Así las cosas, ya era hora que desde instancias políticas comenzaran a mover ficha en cuanto a los problemas sociales, psicológicos y de aprendizaje que acarrea el uso indebido del móvil y se hagan cargo de lo que pasa en las aulas, recreos y en ámbitos familiares y sociales, no con su uso, sino con el abuso y la desinformación que existe sobre lo que hacen con nosotros estos dispositivos.
El profesorado lleva tragando con este problema desde hace ya mucho tiempo. A nada que observáramos, durante todos estos años, el comportamiento de niños y adolescentes, veríamos (salvo que seamos ciegos) las metamorfosis acaecidas en los recreos, en las aulas, en el deterioro del aprendizaje y en las relaciones comunicativas interpares y entre profesores y alumnos. Los efectos de esta dictadura digital establecida se veían venir y se miró para otro lado, pero ya enseñan la patita sus consecuencias demoledoras. Niños y adolescentes están absortos en sus móviles, conversan muy poco entre ellos, no juegan (algo muy importante en la vida) salvo a los videojuegos y siempre, siempre, mediando la pantallita. Niños y adolescentes que están más atentos al teléfono que a las explicaciones del profesor. Bullying por doquier a través de las redes. Pérdida de atención y distracción continua, que les impide experimentar las formas más claramente humanas de la empatía, la compasión y otras emociones. Violaciones grupales, en muchos casos perpetradas por menores, que están expuestos a la pornografía desde edades tempranas y creen que la sexualidad es lo que les muestra la pantalla. Niños y adolescentes que están una media de más de ocho horas mirando la pantalla y son completamente ajenos al mundo que les rodea y confunden lo virtual con lo real. Aumento exponencial de suicidios en adolescentes. Pérdida de autoestima… No sigo para no aburrir.
Pero vamos a ver: ¿ustedes creen que los artífices multimillonarios de todo esto, Brin, Page, Gates, Jobs (ya fallecido), Bezos, Zuckerberg, Musk, Altman y muchos otros, tienen o tenían algún proyecto de sociedad viable? No, no tenían ningún proyecto de sociedad. Pero sí sabían las consecuencias previsibles que el uso inadecuado de los dispositivos y aplicaciones que nos venden podrían tener en nuestra forma de ser y de estar en el mundo, en nuestras relaciones sociales, en nuestras mentes, en nuestra memoria y, sobre todo, en las ideas éticas del bien y del mal. Y lo que también pensaban era en hacer negocios multimillonarios. Para ello diseñaron los algoritmos siguiendo las pautas de la psicología conductista del condicionamiento operante, para crear adicción y para que no podamos vivir sin dispositivos.
Mi humilde opinión no es la de un apocalíptico (término con el que me tildaban algunos colegas y amigos, cuando hace tiempo me pronunciaba y advertía en conversaciones o en esta páginas), sino la de un 'integrado apocalíptico', porque percibí el desastre que se iba perfilando en el aprendizaje y que desemboca en una sociedad de zombis, de engreídos, que creen que lo saben todo porque tienen toda la información en el teléfono a golpe de clic. Pero la información en sí, no produce conocimiento y mucho menos sabiduría. Los adultos tenemos que implicarnos para aminorar esta catástrofe porque también andamos a lo nuestro, que en muchos casos es estar siempre frente a la pantalla y somos quienes les compramos los móviles a edades tempranas para que ejerzan de niñeras electrónicas y que así no nos molesten.
Ahora que el Consejo Escolar del Estado se ha pronunciado ante los problemas que causa el uso indebido de los móviles, les diré que no apuesto por prohibirlos, lo que prohíbes se hace más atractivo, sino que toda la 'tribu' nos tenemos que volcar en la necesidad de educar a los niños y adolescentes en el uso correcto de estas tecnologías. El espacio de conflicto que se abre en un mundo vertebrado por pantallas que modelan nuestras experiencias de la vida, hace que tengamos que aprender a manejar los mundos virtuales como una parte de lo que ya somos, tomar conciencia de lo que queremos, hacia dónde nos dirigimos y, en consecuencia, qué tipo de sociedad queremos habitar y construir. Para ello tenemos que empezar por apagar los móviles en determinados espacios y tiempos, no solo en los educativos (que también).
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