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A lo largo de 2024 conmemoraremos varias efemérides. Destacaré, entre otras, la celebración, el pasado 22 de abril, del tercer centenario del nacimiento de Kant, el 125 aniversario del nacimiento de Borges, el centenario del nacimiento de Gustavo Bueno (dos siglos después de Kant) y ... el de la muerte de Lenin y Kafka; los cuarenta años de los fallecimientos de Foucault y Cortázar, los treinta años de las defunciones de Bukowski, Onetti, Canetti y del cineasta y pensador, que se suicidó en 1994, Guy Debord, autor del libro 'La sociedad del espectáculo' (1967), del que tomo prestado el título para el artículo.
Escribir sobre Debord nos permite reflexionar sobre la sociedad de esta tercera década del siglo XXI. Debord fue uno de los militantes más importantes de la Internacional Situacionista (IS). Organización cuyo primer objetivo era criticar la ideología imperante del eclecticismo cultural de los años sesenta, que encubría un mercadeo artístico y convertía las obras de arte en puras mercancías cuyos intereses eran exclusivamente comerciales. En aquel tiempo abundaban los «críticos de arte complacientes, marchantes, directores de galerías, etcétera, que son los que sostienen un orden social dominante en la creación y circulación de mercancías de lujo». La IS mantuvo vivas las ideas anarquistas de libertad sin límites que nos permitirían transformar la vida, primando el ocio y el placer en vez del trabajo y el rendimiento encumbrados por el capitalismo. Para ser libres debemos luchar contra una sociedad fundamentada en la producción de mercancías, el trabajo embrutecedor, la alienación creada por los productos de consumo y los medios de comunicación; solo así seremos capaces de crear nuevas situaciones (de ahí lo de situacionistas). Tenemos que dejar de ser sujetos situados en unos momentos circunstanciales de la historia, que no hemos elegido, nos han venido dados e impuestos, para transformarnos en creadores de situaciones que nos permitirán vivir de acuerdo con nuestros deseos. Enemigas de los situacionistas eran las distracciones que narcotizan, adormecen y convierten a las personas en espectadores pasivos. El proyecto de la IS afirmaba que «no se puede hacer una revolución sin revolucionar la vida cotidiana, y no se podía revolucionar la vida si cada cual permanecía en casa, aislado, complacido e idiotizado por los productos mediáticos». Estas críticas vertidas por la IS tienen pleno vigor treinta años después de la muerte de Debord.
Si leemos a este autor, observaremos una sensibilidad histórica visionaria y profética de la sociedad futura. Aunque en el libro 'La sociedad del espectáculo' no detalló cuándo acaecería ese tipo de sociedad, las 221 tesis que lo constituyen son un manifiesto de un movimiento relacionado con la cultura de masas. Analizar estas tesis nos ayudará a comprender mejor las tendencias actuales divisadas por él: la vida basada en apariencias, la transformación de todo en consumo y mercancía, la proliferación de imágenes, la promoción de una pseudofelicidad visible; en suma, la sociedad del espectáculo permanente de unas vidas fragmentarias, narradas a través de las pantallas y cuya banalidad se elevará a categoría de arte.
Hoy, la élite emergente de esta sociedad del espectáculo presagiada por Debord son los 'influencers'. Comunicadores sociales y consejeros de lo que deben leer, ver, vestir, comprar e imitar los 'prosumidores' (término que fusiona productores y consumidores). Los influencers publicitan e impulsan las ventas mediante un narcisismo exacerbado de culto a su personalidad y propician un control mediático e ideológico sobre la conducta de adolescentes y jóvenes. Una sociedad cuyo valor supremo es ganar dinero y categorizar a las personas en perdedores y triunfadores (aquellos prosumidores que alcanzan a viralizarse convirtiéndose en influencers). Así se conforma un entorno, una situación y una juventud de precarios, que deambulan flotantes, sin un relato vital, entre el desempleo, trabajos basura, la adicción a las redes sociales y las pantallas, en las que muestran gustosos sus opiniones, vidas y aficiones, mientras otros trafican con sus datos. La fragilidad de estos jóvenes convertidos en una presa fácil para todo tipo de populismos. Por todo esto y para que podamos salir de este autismo colectivo nada mejor que leer a Debord, plenamente presente cuando se cumplen treinta años de su muerte.
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