Hace ya un tiempo que vivimos en un estado permanente de shock. Nuestra vida está inoculada de dosis nada desdeñables de miedo en el cuerpo y en la mente, que poco a poco van quebrando la salud mental y conducen al desaliento. El pavor de ... la pandemia sufrida y las que auguran que vendrán, la guerra en Ucrania, el retorno del peligro nuclear, la crisis energética, el cambio climático, el calentamiento global, terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas, la inflación galopante, la crisis económica que se avecina, la quiebra de bancos, la dificultad para mantener las pensiones y la tabarra del final del trabajo porque lo harán las máquinas y las inteligencias artificiales (IAs). Seguro que me dejo algo. Cada uno de estos miedos da para un artículo o un ensayo. Así las cosas, abordaré en las líneas que siguen el cacareado final del trabajo.
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Desde siempre el 'progreso' elimina ciertos trabajos y negocios y se sustituyen por otros, acordes a los nuevos tiempos. En todo avance tecnológico siempre hay un precio que pagar. La utilización del dinero digital merma la circulación de los billetes, el teléfono suplantó al telégrafo, las plataformas digitales de películas barrieron la asistencia a los cines de los pueblos y ciudades, los periódicos en papel se editan en menor cantidad, las cámaras digitales han hecho que los fabricantes de carretes de fotos hayan cerrado, el libro electrónico hizo disminuir el número de libros editados en papel, los comercios de proximidad desaparecen porque la gente compra por internet en grandes plataformas como Amazon, las agencias de viajes se han sustituido por plataformas en línea... Y ahora llegan las IAs y los robots, que según pronostican los gurús económicos van a dejarnos sin algunos curros. Apostillaban, no hace mucho tiempo, que sobre todo se verán afectados los trabajos mecánicos y rutinarios, que son los que se automatizarán. Ahora, sin embargo, con el desarrollo vertiginoso de las IAs puede que empiecen a peligrar incluso aquellos trabajos que requerían conocimiento experto, como conductores de medios de transporte o tareas de supervisión o vigilancia, que los pueden hacer autómatas. Así, pues, hay que profundizar un poco en todo esto, porque este relato es la narración de economistas neoliberales de medio pelo, que fueron incapaces de prever la crisis de 2008 y parece que quieren meternos miedo en el cuerpo y contribuyen a que vivamos en estado de shock.
En cualquier caso, la futurología no es una ciencia y, a poco que observemos la realidad, lo que muestran los hechos es que cada vez trabajamos más. Eso sí, cada vez somos más apéndices y dependientes de las máquinas y si éstas nos sustituyen, como ocurrió en el siglo pasado, cuando reemplazaron en las cadenas de montaje de las fábricas a las personas que trabajaban como si fueran máquinas, pues estupendo. Si nos quedamos sin trabajo, la pregunta es ¿quiénes van a consumir los nuevos productos que crearán las redes automatizadas si no tenemos poder adquisitivo para comprar? Las empresas que se automaticen y digitalicen ahorrarán dinero en mano de obra, pero se quedarán sin consumidores. No me creo que se pondrá en marcha una Renta Básica Universal para las personas que sustituyan las máquinas, eso no es ni puede ser la solución. Más bien me inclino por creer que cuando entren en acción las IAs y transformen el sistema económico, lo que acabarán generando serán redes ciborg de humanos y maquinas. Los humanos nos centraremos en unas operaciones y tareas y los autómatas se encargarán de otras y en realidad pocos trabajos desaparecerán por completo, sino que se transformarán. Se impondrán sistemas mixtos por una razón de peso: la responsabilidad siempre estará en manos de los humanos. De tal manera que el control, la atención, el cuidado y la supervisión no podrán hacerlo las IAs, no porque no puedan llegado el caso, sino porque no desearemos que lo hagan, por una decisión ética y política y, además, porque no sería sostenible. Lo que ocurrirá será una división técnica del trabajo entre humanos y máquinas.
Ahora bien, no creo que se consiga la semana laboral de cuatro días o de veinte horas (no estaría mal) ni que nos quedemos sin trabajo porque nos sustituyan las máquinas. Lo que verdaderamente está en juego es la expropiación de nuestro tiempo libre por parte del capital. En la segunda revolución industrial los trabajadores del sistema fordista mantuvieron la separación entre su tiempo de trabajo y su tiempo libre. Y eso es lo que desaparecerá, estamos en camino. A medida que nos adentremos cada vez más en la utilización de los artefactos digitales en nuestro trabajo y la división técnica entre humanos y máquinas se haga realidad, se fragmentará y precarizará todavía más la actividad laboral. El tan cacareado trabajo en red o el teletrabajo lo que hace es individualizar las tareas, poniendo en marcha lo que se conoce como 'dinámica de la descolectivización'. Trabajadores que pueden hacer las tareas desde casa y empresas que practicarán la terciarización a gran escala, donde todos competirán con todos. Así se terminará de un plumazo con las solidaridades obreras. Como señalaba Bifo Berardi, «el control de su tiempo lo hará un poder extraño, el del capital, que les hará esclavos; sencillamente, su tiempo no les pertenece, porque está a disposición del ciberespacio productivo recombinante».
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En definitiva, más que el final del trabajo la implantación de los robots y las IAs harán todo lo contrario, atarnos más a él, porque propiciarán una existencia cada vez más acelerada, llena de estrés, ansiedad, prisas, fatiga e insomnio, con su correlato: el deterioro progresivo de la salud mental. Sujetos multitarea expropiados de tiempo libre. Seremos esclavos telemáticos porque estaremos siempre disponibles. Los que tienen dinero no tendrán tiempo y los que tienen tiempo no tendrán dinero. Que como decía Richard Sennett, «el tiempo es el único recurso del cual pueden disponer gratuitamente los que viven en el escalón más bajo de la sociedad».
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