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Durante la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Lisboa el pasado mes de agosto, el Papa Francisco criticó con dureza la pasividad de Europa contra la guerra en Ucrania. Lamentaba «la falta de rumbos valientes hacia la paz, caminos creativos para poner fin a ... la guerra y a tantos conflictos que ensangrentan el mundo». Las palabras del pontífice me llevan a reflexionar sobre la ausencia de movilizaciones por parte de los ciudadanos europeos en contra de la guerra y contra las políticas llevadas a cabo por la Unión Europea (UE), que lejos de buscar una salida negociada e intentar propiciar un alto el fuego han arrojado más leña al conflicto, y nos convierten en vasallos de la política imperialista de los Estados Unidos. Si bien es verdad que a un autócrata como Putin, que ordenó invadir Ucrania en febrero de 2022, tal vez sólo se le pueda hacer entrar en razón con las armas, no estaría nada mal que los ciudadanos europeos nos pronunciásemos en contra del conflicto para que no se enquiste como ocurrió en Siria. La partida de póquer es parecida: en el momento que surge un conflicto entre dos países y entran en escena terceros con intereses geoestratégicos y políticos aportando armas, la guerra se prolonga en el tiempo y los únicos que ganan son las empresas de armamento. Los resultados: atroz sufrimiento de la población, miles de muertos, heridos y un país en ruinas. ¿Cuándo nos sentiremos concernidos? ¿Vamos a dejar a nuestros representantes políticos que sigan aportando armas, drones, tanques y aviones, sin una protesta contundente para forzar el inicio de conversaciones de paz?
Tras oír las palabras del Papa Francisco tengo la impresión de que nos indignamos poco o nada. Las sociedades se hacen indiferentes a los problemas de otros que son también los nuestros. Nos movilizamos poco y en marcos muy reducidos. La indiferencia corroe a las sociedades europeas porque siguen pensando que la violencia y las guerras ocurren en otros sitios, pero esta guerra está en Europa y sus consecuencias las estamos sufriendo en forma de inflación, subidas desorbitadas de los alimentos y el precio abusivo de los combustibles. De momento no caen sobre nosotros las bombas, pero algún día pueden hacerlo y entonces el ensordecedor ruido de los cazas de combate ya no será solo un espectáculo aéreo como el de Gijón, sino que sentiremos auténtico terror en nuestra piel. La violencia es global y debemos sentirnos implicados, lo queramos o no. Nuestras economías lo están, nuestros gobiernos lo están. No podemos permanecer impasibles por más tiempo. La guerra que se enquista dejará de ser noticia y nosotros seguimos a lo nuestro, mientras las élites del negocio de las armas deciden por nosotros. Dejaremos que los fondos de inversión de los bancos nos aporten intereses por nuestro dinero, que muchas veces se invierte en empresas de armamento. La guerra en Ucrania, como otras tantas guerras, debe tener una respuesta de ciudadanos indignados que no solo defienden sus intereses particulares y sólo miran su ombligo. Cómo no recordar aquellas protestas sociales del 15-M de 2011, que comenzaron en la Puerta del Sol tras las denominadas 'primaveras árabes', que se extendieron por todo el mundo y cuya causa fue la crisis económica mundial que sufrimos desde 2008. La gente salió a la calle para exigir otro mundo posible y fue una bocanada de aire limpio en sociedades que estaban anestesiadas
Tal vez ahora debamos asumir que nuestro protagonismo como europeos es mucho más reducido de lo que fue. En el contexto global actual, ni política, ni económica, ni militarmente somos lo fuertes que éramos. Pero sí creo que debemos sentirnos concernidos, solidarizarnos con el pueblo ucraniano y también con el ruso que sufre al autócrata; debemos despertar y movilizarnos por la paz, para que se respeten los derechos de los otros a poder vivir sin guerras. Intentar promover la paz es uno de los valores que nos deberían definir como europeos. Se encuentra en la letra del Tratado de la Unión.
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