Leí la carta que firman un grupo de científicos y empresarios tecnológicos, publicada por el organismo Future of Life Institute (pueden buscarla en internet). La misiva exhorta a que se suspendan, al menos durante seis meses, los experimentos con inteligencia artificial (IA). Afirman, entre otras ... cosas, que «puede plantear profundos riesgos para la sociedad y la humanidad, si no se acompaña de una gestión y una planificación adecuadas con el cuidado y los recursos correspondientes». Me quedé estupefacto. Lo sorprendente es que se pronuncien ahora individuos como Elon Musk, que saben desde hace tiempo que sus tecnologías están diseñadas para aprovecharse de nuestras debilidades y son adictivas. Pero la advertencia de la carta publicada ahora no es nueva. En 2014, el mismo Musk dijo, en una conferencia impartida en el Massachusetts Intitute of Technology lo siguiente: «Creo que tendríamos que ir con mucho cuidado con la IA. Si tuviese que adivinar cuál es la amenaza existencial más grande que tenemos, probablemente sea ésta. Con la IA estamos convocando al demonio». Posteriormente le preguntaron por qué hizo esas afirmaciones, si es él quien está en la vanguardia de los desarrollos tecnológicos vinculados a la IA, y respondió: «Intenté convencer a la gente de ir más despacio con la IA, de regularla. No sirvió de nada. Lo intenté durante años. Nadie escuchaba. Así que si no puedes vencerla únete a ella».
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Así pues, como las incipientes IAs ya están aquí, yo creo que la moratoria que piden es porque, de momento, la empresa OpenAI, con su ChatGPT-4, ha llevado la delantera a las empresas de Musk, a Apple y a otros gigantes tecnológicos, que en unos meses podrían tener preparadas las suyas al mismo nivel. La petición de una moratoria lo que esconde es la chifladura de una carrera para ver quién de los gigantes del sector es el triunfador. No me creo que la advertencia sea para que las IAs se regulen. Además, ¿quién las va regular? La clase política globalizadora no creo. Fíjense que el desarrollo sostenible y los paladines del proyecto político tecnocrático denominado Agenda 2030 vinculan la sostenibilidad a la digitalización. La idea de sostenibilidad se la ha apropiado la tecnocracia para reformularla en los parámetros que les interesan. La digitalización del mundo, el proceso más ambicioso que llevamos viviendo en las últimas décadas, se ha disfrazado de ecológico y de la falacia del empoderamiento de las personas, pero, en realidad, lo que nos están colando es el poder de las máquinas para que dependamos de ellas. ¿No puede haber sostenibilidad sin digitalización?
La transformación digital incrementa las desigualdades entre los que tienen acceso a ordenadores y conexiones y los que no. Lo vimos durante la pandemia. Aumenta el poder de las empresas del tecnocapitalismo, convertidas en auténticos oligopolios, con el consiguiente declive de los pequeños empresarios, el comercio de proximidad y las personas. Me resulta de un cinismo sin precedentes cuando oigo que la supervivencia humana está amenazada por la catástrofe ecológica, que lo creo, pero tengo claro que el peligro real está en otra parte. Lo que está amenazado es la esencia del ser humano. Para paliar la catástrofe la solución que nos venden es la tecnológica y la digitalización, que transformarán las reglas del juego de la salud, la educación, el comercio, las finanzas, los transportes y los medios de comunicación, a su antojo. El ser humano no puede quedar reducido a ser un apéndice de las máquinas. Si seguimos esta senda dejaremos de ser soberanos de nuestras vidas y pasaremos a ser una horda de monos aporreando teclas y pasando el dedito por las pantallas haciendo lo que el tecnopoder decida por nosotros, que nos manipulará y controlará.
Por otra parte, ya lo he comentado otras veces en esta columna, los ingenieros de Silicon Valley suelen matricular a sus hijos en los colegios elitistas Waldorf, en los que no se permiten las pantallitas, ni los teléfonos móviles, hasta que los niños tienen la mente 'amueblada'. Por algo será que no quieren para sus hijos lo que nos venden ideológicamente a los demás. Tenemos que pronunciarnos para que no se transforme la esencia humana y no nos dejemos reducir a meros datos robóticos. Y, por cierto, deberíamos de cambiar el pomposo nombre de IA por el de 'modelos generativos de lenguaje', una expresión mucho más adecuada de lo que son estos artilugios tecnológicos, que sintetizan y analizan a velocidades de vértigo toda la información que nosotros mismos aportamos complacientemente y que se nos están yendo de las manos.
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