En la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas del domingo 7 de julio ganó el Frente Popular de Izquierdas. Pero ojo, Reagrupación Nacional (RN), el partido de extrema derecha de Marine Le Pen y Bardella, que las encuestas pronosticaban como ganador, quedó en tercer ... lugar con unos 143 escaños. Este ascenso meteórico de RN, que en 2017 contaba con una presencia residual de ocho diputados, junto con el espectáculo patético que están dando los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos (por un lado el demócrata Joe Biden, un venerable abuelo que debería estar retirado y dedicándose a 'jugar al dominó' o a lo que acostumbren a jugar las personas mayores en USA , y por otro, el delincuente mal encarado, bocazas y soberbio, Trump) me conducen a pensar que estamos asistiendo a una deriva muy peligrosa en la salud moral de unas democracias decadentes.
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La amenaza a las democracias no viene solamente de los triunfos o ascensos electorales de partidos de ultraderecha, hay otras causas. El fascismo en el primer tercio del siglo XX fue contrarrevolucionario y se impuso en países que temían que estallase un proceso revolucionario. En aquellos años se creía posible porque estaba muy presente la Revolución Rusa de 1917 y los movimientos obreros de la industria contaban con sindicatos fuertes y estaban unidos. Los riesgos que tienen hoy las democracias no provienen sólo de una ultraderecha que irrumpe con fuerza, pero ya no es antirrevolucionaria. Sólo pone palos en las ruedas y sus propuestas constructivas son inexistentes. El primer peligro para las democracias es que existen pocos movimientos organizados de resistencia. En el caso de Francia, aunque los 'chalecos amarillos' y la 'Francia Insumisa' de Mélenchon se movilizaron por sus derechos, salieron a la calle para defender que no se retrasara la edad de jubilación y, ahora, han acudido masivamente a votar para que no triunfase la ultraderecha, tengo la certeza de que muchos franceses han perdido la confianza en la política (segundo peligro), que como decía De Gaulle «la política que no permite soñar está condenada». Los franceses creen que los partidos liberales y socialistas son incapaces de cumplir sus promesas electorales y no contribuyen a dar soluciones al problema de las pensiones, el paro creciente, la inseguridad en las grandes ciudades, la inmigración descontrolada, el transporte público que no llega a todos los barrios... Y consideran a los políticos ineficaces, cínicos, aferrados a sus privilegios, aislados de las preocupaciones y sentires de los ciudadanos. Consecuentemente, se sienten huérfanos de representación y ven al gobierno de Macron como un poder opresor de sus vidas, que ha dictado leyes que no ha sabido explicar bien. Pero lo más curioso es que estos franceses desencantados voten a un partido que propone nada menos que la discriminación a los emigrantes y sus hijos, en el acceso al empleo público, en las ayudas sociales y la vivienda. Así triunfa, en cierta manera, la demagogia y el populismo, al mismo tiempo que resurge y se trivializa el discurso xenófobo (tercer peligro). Está pasando lo mismo en España con Vox, que pretende solucionar el problema migratorio con la marina de guerra. Y esto ocurre porque las democracias se están convirtiendo en una oligarquía de políticos fósiles, que han ido creando con el paso de los años una sociedad individualista, consumidora, alienada, con poquísimo espíritu crítico y, sobre todo, sin capacidad para organizarse.
De manera paralela a lo ocurrido en Francia, yendo a los Estados Unidos: ¿cómo es posible que en un país con una democracia tan madura, los partidos Demócrata y Republicano no propongan otros candidatos? ¿Son hombres de paja? Parece como si ambos partidos estuviesen secuestrados por sus líderes y no hubiese voces críticas dentro de ellos. ¿No es también eso una muestra de que Estados Unidos se está convirtiendo en una oligarquía de élites (o siempre lo fue, los Kennedy, los Bush, los grandes magnates económicos en la sombra…) y no hay alternativas? La democracia estadounidense, como las europeas, también está en peligro. Pero no sólo porque pueda llegar a gobernar por segunda vez Trump, o un Biden senil –que tal vez no tenga la energía suficiente para ocupar un cargo de tamaña responsabilidad–, sino porque vivimos en democracias contaminadas y polarizadas. Los votantes hemos internalizado y normalizado discursos de odio, arengas xenófobas, mecanismos de segregación, líderes nefastos, políticos que se fosilizan porque nunca se retiran, símbolos, eslóganes y soflamas, como resultado de mecanismos que se crearon para engendrar oligarquías económicas y políticas y que han logrado contaminar ese todo que llamamos cultura.
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