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Estamos en pleno verano y Asturias es una fiesta. El Descenso del Sella, el Xiringüelu, la Semana Grande de Gijón, festivales musicales por todas partes, Boombastic, Gijón Life, Beach Fest, Aquasella, las Fiestas Patronales del 15 de agosto y la tradicional Noite Celta en Vegadeo, ... romerías, etcétera. Invitan a salir del letargo de meses menos bullarangueros y placenteros que julio y agosto. Dos meses que se extienden y se contraen, mezclando sueño y vigilia, realidad y deseo, inspiración y pereza. Fiestas para cortejar, bailar, ligar, entusiasmarse y también para correr ciertos riesgos al consumir drogas.
Salir de fiesta es consustancial al ser humano que necesita momentos de escape y fuga del tiempo de trabajo y de la vida cotidiana. Es aquí donde aparecen las drogas, vinculadas a los ritos festivos. Han estado ahí desde siempre y nos permiten alterar la percepción de la realidad y el deseo de modificar la apreciación de uno mismo y del mundo circundante que nos limita y en el que, a veces, no estamos a gusto. El historiador griego Heródoto, señalaba que los pueblos Escitas de Asia Central utilizaban el cannabis en baños de vapor de los que salían «encantados, gritando de alegría». La revista 'Sciencie Advances' publicó hace unos años un reportaje del hallazgo en China, en la cordillera del Pamir, de 10 braseros de madera con una antigüedad de unos 2.500 años, en los que se encontró la molécula del cannabis sativa, lo que nos muestra que era una planta que se consumía hace miles de años. Todas las ceremonias de iniciación se relacionaban con algún tipo de droga que hacía posible la catarsis de los iniciados. Cada cultura utiliza las suyas para transportarnos a otra dimensión distinta a la que nos encontramos. Es posible, escribía Jesús Ferrero, «que tanto la música como la danza nacieran en noches de ingesta de alcohol y muchas estrellas en el cielo, como es posible que el Cantar de los cantares fuese una canción de borrachos antes de ser incluida en la Biblia y convertirse en la obra maestra de Salomón». A muchos el consumo de alcohol en las fiestas les despega la lengua y les da atrevimiento para bailar y seducir. Cuando se utiliza el alcohol u otras drogas como estímulos de conocimiento hay que saber cuáles son las aliadas y cuáles las enemigas. Unas te pueden sentar bien y otras endiabladamente mal. Sobre todo cuando se ingieren sin saber lo que tomas. Ahí reside uno de los grandes peligros del binomio fiestas-drogas.
Se han hecho estudios rigurosos que dictaminan que la mayoría de las drogas ingeridas en fiestas están, de una manera u otra, adulteradas. Determinados establecimientos venden cubatas de 'garrafón'; la marihuana y el cannabis tienen potenciado su elemento activo, el THC, por eso al fumar pillas tal colocón que parece que has tomado un ácido; la cocaína está cortada con sustancias extrañas; las pastillas de éxtasis se fabrican en laboratorios clandestinos, cuyos componentes químicos añadidos ignoramos; la ketamina, un anestésico veterinario, se consume debido a los efectos alucinógenos que provoca ; la alfa-PiHP, una nueva droga estimulante empleada para alargar la intensidad y la duración de los encuentros sexuales, y muchas otras cuya existencia no citaré porque están apareciendo tantas nuevas que las desconozco. Y como decía antes, cuando las consumimos sabemos que no sabemos (valga la paradoja) lo que nos metemos. Pero existe todavía un peligro aún mayor: no saber si alguien nos ha puesto una determinada droga en la bebida o la comida.
¿A quién de ustedes, cuando salían de fiesta, no le advertían sus padres que tuviera cuidado con que nos echaran alguna sustancia en la bebida que nos anulara la voluntad o nos hiciera enloquecer? Recuerdo que mi madre siempre me comentaba de un vecino que «no estaba bien de la cabeza» porque le habían echado algo en el cubata y desde entonces quedó con sus facultades mentales alteradas. Yo, la verdad, no hice mucho caso a la advertencia materna. Me preguntaba qué interés iba a tener alguien en ponerme drogas en la bebida. Pero eran otros tiempos. Ahora, ante el aumento de las agresiones sexuales tenemos que andar con cautela. Informaba EL COMERCIO que se han registrado dieciséis agresiones sexuales en Asturias cada mes desde finales de 2020. Algunas víctimas no recuerdan lo que ha pasado después de tomar una copa y es que probablemente han ingerido, sin saberlo, burundanga, cuyos efectos secundarios son la anulación de la voluntad y amnesia.
Así las cosas, para evitar que tomemos alguna droga sin querer, porque algún desaprensivo nos la puso en la bebida sin nuestro consentimiento, el empresario navarro Abel Lafuente ha diseñado la pulsera Centinela. Un artilugio capaz de detectar en la bebida varias sustancias estupefacientes. El funcionamiento de la pulsera Centinela consiste en meter un dedo en la bebida que vamos a consumir y dejar caer una o dos gotas en el recuadro de la prueba que aparece en la pulsera y si aparece un anillo naranja muy intenso es que te han puesto alguna droga. La pulsera detecta burundanga, éxtasis liquido, ketamina, LSD y otras drogas. Como se están detectando cada vez más casos de sumisión química en menores de treinta años, sobre todo en mujeres, me imagino que la pulsera será todo un éxito. Salió a la venta en Sanfermines y pronto se podrá adquirir en cualquier lugar donde haya una fiesta. Aunque con el anteproyecto de ley que pretende aprobar el Gobierno para inhibir el consumo de alcohol en menores, tal vez ya no haga falta utilizar la pulsera Centinela porque los jóvenes solamente consumirán agua, más difícil de adulterar (bromeo).
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