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En Asturias surgen anualmente vacantes de dirección en centros escolares en un porcentaje nada desdeñable del total. Por eso, es urgente hacer una reflexión sobre lo que está pasando.
Contar con una dirección eficaz, motivada, creativa y que cuente con un proyecto de dirección bien ... forjado, acorde con los intereses de la comunidad educativa que sabe lo que el centro necesita y de lo que adolece, es uno de los elementos claves para que escuelas e institutos cumplan bien sus funciones. El director es el encargado de nombrar a los miembros del equipo directivo: jefe o jefes de estudios y secretario, que forman lo que podemos denominar el poder ejecutivo de un centro escolar. Algo está fallando ante la inquietante carencia de candidatos a la elección de director, y en muchos casos tampoco nadie quiere ser jefe de estudios o secretario. A priori parece algo incomprensible. El cargo de director lleva aparejado un aumento de incentivos salariales nada desdeñables y, además, si tenemos en cuenta el bajo techo de aspiraciones con las que cuenta un profesor o un maestro, parece que cualquier retazo de prestigio podría considerarse algo apetecible. Sin embargo, ni el aumento salarial, ni la obtención de puntos para concursos parece que hagan los cargos directivos atractivos. No es un fenómeno casual, ni tampoco nuevo, lleva pasando bastante tiempo, desde que se convirtió una bonita profesión en un cadáver descompuesto que huele a putrefacto. Si es poco grato ser director, cuando deja el cargo vuelve a ser 'soldado raso' (algo que no suele ocurrir en otras profesiones), salvo, claro está, que dé el salto y ascienda a ocupar alguna canonjía de 'roja moqueta' por los servicios prestados.
Ahora bien, lo que me deja perplejo es que esos puestos que quedan vacíos a falta de voluntariado alguno, se aprovechen para nombrar gente a dedo, que en algunos casos son coleguillas o personas afines a altos cargos o a políticos de turno que gobiernan. Esto es de sobra conocido por toda la comunidad educativa, especialmente por quienes, y no son pocos, se han topado con un director nuevo de un día para otro. Creo que ser director a la fuerza, ya sea una aceptación sibilina por decir que 'no quiere ser director' por lo bajito, o aceptar el cargo a regañadientes, o ser nombrado por simple imposición oficial, hace difícil un buen ejercicio del cargo. De hecho, hay directores y directoras nombrados por las altas esferas que dicen que no, pero en el fondo lo que quieren es dirigir para figurar y trepar. En algunos casos no actúan como representantes de la comunidad educativa frente a la Administración, sino que parecen representar sólo los intereses de ésta y los suyos propios. Algunos van más allá, son como el 'cabo del miedo' y convierten la dirección en un mandarinato, una vez que les han puesto la gorra, y premian las fidelidades de los profesores con un buen horario, si eres de su cuerda, o uno nefasto, si eres profesor díscolo.
Este tipo de Ilmos. directorcillos ejercen la dirección mediante el clientelismo político y el monopolio ideológico. Como si fuesen señores feudales, exigen pleitesía, convierten los centros escolares en chiringuitos, premian las fidelidades de su clientela de palmeros, forman su camarilla, a la que cubren de favores, pero son también un ariete de represalias contra los profesores críticos y los que deciden no bailarles el agua. A estos últimos, a la más mínima les enviarían al inspector, con objeto de que 'entren en razón'.
Porque parece ser que es el propio Servicio de Inspección el que ha estado designando a esos cargos sin cortapisa alguna, como se puede deducir de alguna que otra disposición publicada en Educastur. ¿Cómo se podría esperar que este servicio actuara contra las mismas personas a las que habría respaldado, en caso de que se produjeran abusos? Si el Servicio de Inspección tiene la última palabra en la selección del personal que debe controlar, se convierte en juez y parte, perdiendo así toda legitimidad. ¿Quién vigila al vigilante? ¿Cómo podemos estar seguros de que este servicio no sería el principal interesado en mantener el mayor número posible de vacantes en los cargos de dirección, con el fin de colocar a sus propios peones y ampliar así su poder e influencia dentro de la Consejería de Educación?
Pero lo más grave de esta carencia de candidatos es que las designaciones de esos directores nombrados discrecionalmente por la consejería no aparecen publicadas o al menos no las he encontrado. Sí aparecen en las webs de dichos centros, pero ¿dónde figura su nombramiento oficial? No las encuentro en Educastur o en el BOPA. ¿Será que no están al alcance de cualquiera? ¿Sería mucho exigir total transparencia y que se hiciesen públicos esos nombramientos? ¿Habrá algo que ocultar?
En definitiva, es insoslayable que se hagan transparentes estos nombramientos por parte de la consejería, pero antes es fundamental que cesen inmediatamente las designaciones opacas y que se implementen protocolos claros y legítimos. La consejería debe revisar sus propias políticas y depurar responsabilidades. El actual proceder no solo infringiría la ética administrativa, sino que también podría constituir una violación de la normativa vigente, si se demuestra que ha habido prácticas ilegales. Que las cosas cambien es muy importante, nos va en ello la dignidad como profesores.
En la enseñanza, la mansedumbre bovina de muchos profesores, que lo están pasando muy mal, ha desembocado en un ambiente en los centros irrespirable. La cuestión estriba en construir alternativas a este modelo de gestión de los centros en el que, a veces, los más autoritarios y los menos demócratas son los que detentan la dirección. Son necesarios candidatos apoyados y designados de modo transparente por toda la comunidad educativa, especialmente por los consejos escolares, para que los centros obtuviesen realmente la tan cacareada autonomía educativa.
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