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Escribo estas líneas sentado en la terraza del bar RUFO, frente a la playa de San Lorenzo. Me sirve de privilegiada atalaya para otear un horizonte lleno de gente pululando de un lado para otro. Unos hacen cola en el estanco, otros se apresuran a ... cruzar el semáforo cargados de hamacas y sombrillas, abuelos y abuelas que cuidan de sus nietos, jubilados trotamundos rejuvenecidos, pandillas de adolescentes que hablan en un tono más elevado de lo deseable, parejas jóvenes con niños que portan juguetes de playa, transeúntes que calzan zapatillas de montaña y se dirigen hacia el arenal, un coche pega un bocinazo a un peatón despistado que atraviesa la calle… En palabras de Ortega, en el libro 'La rebelión de las masas': «Las ciudades están llenas de gente. Las casas llenas de inquilinos. Los hoteles llenos de huéspedes. Los trenes llenos de viajeros. Los cafés llenos de consumidores. Los paseos llenos de transeúntes. Los espectáculos llenos de espectadores. Las playas llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio». Y yo acabo de encontrar sitio en mi terraza preferida, en medio de este zoco, intentando poner un poco de orden en mis cavilaciones, tomar un vino y desde la quietud contemplar el movimiento de los veraneantes.
Pienso en estos momentos de trajín que tal y como va evolucionando la tesitura del turismo de masas en aquellas regiones y ciudades receptoras de visitantes, que se podría valorar de éxito según la escala manejada hace unos años, hoy se puede considerar un fracaso en el tejido social una presión turística desbocada y salvaje. Pero ojo, no disparemos al turista porque turistas somos todos. Todos hemos alquilado alguna vez un piso turístico, aunque despotriquemos contra los mismos y queramos que se regulen. Todos hemos hecho largas colas para ver un monumento o un museo. Todos hicimos turismo de sol y playa y en ocasiones nos apresuramos a izar la sombrilla y colocar la hamaca en la orilla donde hace fresquito. Todos nos hemos quejado de las 'clavadas' sufridas en algunos restaurantes. Todos hemos hecho cosas para vivirlas y también, a veces, fotografiarlas solo para contarlas. Y aunque el sueño de todo turista sea visitar un lugar sin turistas (sin ellos mismos), no estoy de acuerdo con aquel proverbio que decía 'de todos los animales nocivos, el más nocivo es el turista'. Porque no debemos culpar de todos los males al turismo, bienvenido sea, sino a la ausencia de políticas estructurales para regularlo y para que no destruya la identidad de ciertos lugares y su urdimbre social.
Si todos somos de alguna manera turistas, ¿por qué disparar al turista se ha convertido en deporte y crece la turismofobia? Dar una respuesta a esta cuestión requiere un análisis pormenorizado de la situación a la que están abocados los residentes y autóctonos de las zonas que reciben un turismo enloquecido. Podemos tachar de 'turismo enloquecido', por ejemplo, aquel que comentaba la prensa el mes pasado. Decía que algunos turistas se quejaban en Avilés porque los vehículos de carga y descarga hacen el reparto hasta las doce del mediodía, lo que les impide hacer fotos del casco histórico peatonal sin automóviles y el ayuntamiento se está planteando recortar el horario de reparto de mercancías. Me parece inaudito. Esta queja me recuerda a la de aquellos otros turistas (chiflados también) que hace unos veranos estaban alojados en enclaves rurales y decían sentirse molestos porque encontraban boñigas de animales en el suelo, por los fétidos olores del ganado, por el canto de los gallos al amanecer y el ladrido de los perros por la noche. Protestas que me dejan estupefacto, aunque me imagino que sean anecdóticas ('serpientes de verano' se denominan en jerga periodística), casos particulares que no son relevantes y los medios informan sobre ellos como si fuesen algo habitual.
Paso a exponer algún dato y los efectos indeseados de la dimensión del problema y por qué se estila echar pestes contra los turistas, que hasta les ponen motes. En Galicia les apodan 'fodechinchos' y en Cantabria, 'papardos'. Un dato a tener en cuenta es que España ocupa el segundo lugar en el 'ranking' de países más visitados de Europa, por detrás de Francia. Se calcula que este año España superó los 11 millones de viajeros aéreos internacionales, un 8,6% más que el año pasado en julio, que se acumulan a los 60,1 millones de pasajeros desde enero. ¿Esa cantidad puede ser compatible con el denominado 'turismo sostenible' (un claro oxímoron)? En cuanto a los efectos de la afluencia masiva de turistas, el primero, es la fuerte subida de los precios de las viviendas para alquilar y comprar. Los propietarios de casas y pisos prefieren alquilarlos temporalmente a turistas que pagan cantidades altas y luego se van y no a residentes a los que ponen un montón de pegas a la hora de alquilar, por si acaso después dejan de pagar o siguen habitando el piso al finalizar el contrato. En consecuencia, crece el alquiler estacional y disminuye el residencial. Lo mismo sucede con la compra de vivienda. Si los compradores son extranjeros con grandes fortunas, o fondos buitre, a los residentes se les impide la posibilidad de comprar debido a los elevados precios. No podemos competir, con los sueldos que se estilan aquí, con rusos, hindúes, mejicanos, madrileños y cualquier otro tipo de postores con gran poder adquisitivo y muchas veces con dinero de oscura procedencia. Un segundo efecto es la subida de los precios del consumo. Los precios han subido entre un 8% y un 10%. Precios que cuando los turistas se van no bajan. Podía seguir aduciendo más hechos de por qué se culpa al turismo desbordado de varios males, pero hay que disparar hacia otra parte. La escala del turismo cambió y se puede considerar una industria, por el beneficio económico que aporta y los puestos de trabajo que crea, por lo que requiere de una mayor gestión política. Por consiguiente, no se puede impulsar sólo políticas turísticas relacionadas con el crecimiento y la competitividad del sector y creer que poniendo una tasa turística se mitiga el problema, sino incorporar otro tipo de acciones, como puede ser intentar solucionar los problemas del encuentro entre el turismo, los recursos naturales, el modelo de consumo y la ordenación del territorio.
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