El otro día leí en la sección de 'Cartas al director' de este diario un escrito firmado por Clara Soto Jiménez, 'Miscelánea', en el que comentaba los cambios que han experimentado las relaciones en la forma de conocerse las parejas en la era de internet. ... La carta me conduce a reflexionar sobre el tema.

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Afirmaba el antropólogo Lévi-Strauss, fallecido en el año 2009, autor de los fabulosos libros 'Las estructuras elementales del parentesco' y 'Tristes trópicos', que el encuentro entre los sexos es el terreno en el que naturaleza y cultura se enfrentaron por primera vez. No me cabe duda de que si Lévi-Strauss viviese hoy no le haría falta viajar a países lejanos para hacer antropología, le bastaría con explorar internet, lugar idóneo para hacer trabajos de campo sobre lo que somos en esta jungla de las redes de contactos. Hace años que nuestras relaciones íntimas están mediatizadas por la tecnología, pero a mí me sigue todavía sorprendiendo que los portales de citas 'online' se conviertan en un lugar habitual para relacionarse. Lo que al principio parecían páginas para frikis, como Badoo, Meetic, Ashley Madison, etcétera, ha llegado a ser de uso generalizado y en los encuentros fríos del ciberespacio es donde incluso personas casadas hallan la satisfacción hedonista a sus deseos.

Diversos estudios sociológicos han demostrado que los algoritmos utilizados en estas páginas de citas, que intentan ponernos en contacto con la pareja idónea y nos proponen personas cercanas y muy parecidas en gustos, aficiones y orientaciones políticas, a veces no sirven de nada cuando llega el momento del cara a cara. Es debido a que los usuarios no suelen ser sinceros cuando se describen. Un estudio que se hizo con ochenta usuarios de citas 'online' elegidos al azar concluyó que el 60% mintió acerca de su peso, el 48% sobre su altura y el 19% cambió su edad, presentándose como más jóvenes de lo que en realidad eran. Estas estadísticas me conducen a las siguientes preguntas: ¿Qué nos está pasando en las relaciones humanas, cuando alrededor de un 22% aproximadamente de parejas confiesan que se han conocido a través de internet? ¿Qué nos está sucediendo cuando acudimos para paliar la soledad o el vacío de nuestras vidas a ese bazar petrificado, donde todo el mundo es comprador y todo el mundo se ofrece como mercancía? ¿Qué tipo de crisis atraviesa el matrimonio, cuando alrededor de 37 millones de personas en el mundo son usuarios de la web Ashley Madison (página de contactos para personas casadas que desean tener encuentros sexuales de manera discreta y asesorada)? ¿No será que nos estamos convirtiendo en seres ávidos de relaciones, con sed de reconocimiento en esa inmensa feria, en la que otros hacen negocios con la escasez de relaciones? ¿No será que en la vida las relaciones sexuales son escasas pero la obsesión por el sexo es universal?

Las estadísticas no deberían sorprendernos lo más mínimo. Sin apenas darnos cuenta, cualquiera de nosotros estamos desparramando ingentes cantidades de datos sobre nuestra vida e intimidad convertida en 'extimidad'. Cuando nos conectamos a un portal de citas 'online' exponemos información, que manejan las empresas que la almacenan y se transforman en agencias del 'amor' relacionándonos a unos con otros mediante fríos algoritmos. Con los datos que aportamos, en el momento que consideren oportuno, podrán determinar las líneas de fuga de los usuarios para saber nuestro 'dónde' y nuestro 'cuándo'.

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Dado este cambio en la forma de conocernos e intimar, porque en el fondo nos sentimos solos, tal vez deberíamos volver a las saturnales, las bacanales y demás ceremonias colectivas de la transgresión (bromeo). De lo contrario, las sustituiremos por esas transgresiones individualizadas de relaciones mediadas por la tecnología, en las que moramos cuando nos sentimos insatisfechos, incómodos y encerrados en la desapacible existencia de nuestro entorno de referencia. Cuando buscamos sexo y amistad a través de las redes sociales es porque quizás ya no se liga en los bares. ¡Qué pena!

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