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El mundo del que provengo y en el que me eduqué ya no existe. En aquel tiempo los electrodomésticos y las cosas que se estropeaban o dejaban de funcionar se reparaban; llevábamos los zapatos al zapatero para que nos pusiera suelas nuevas o remendara costuras ... deshilachadas; la ropa que no valía al hermano mayor la usaba el pequeño; 'heredábamos' americanas y trencas del primo, del tío u otro familiar que ya no las usaban; las botellas de leche y los botellines de refrescos y cervezas no eran de usar y tirar, después de consumirse se devolvían a su caja, que se intercambiaba por otra, etcétera. Sin planteárnoslo el consumo era sostenible y ecológico.
En esta parte del mundo hoy vivimos mejor que entonces, pero hay muchas contradicciones. Por un lado, se habla a todas horas de la urgencia de llevar a cabo la revolución verde, implantar una economía circular, reducir el uso de plásticos, la necesidad de reciclar y no utilizar combustibles fósiles; pero, por otro lado, los electrodomésticos y demás aparatos tecnológicos vienen de fábrica con obsolescencia programada, para que dejen de funcionar al cabo de un tiempo y tengamos que comprar otros. El objetivo es que el consumo no pare. Es contradictorio que por una parte se nos dé la matraca con la necesidad de cambiar el rumbo, para que no nos vayamos al garete, como consecuencia del cambio climático debido a la polución del planeta y, por otra, se haga lo contrario. Lo ocurrido hace unas semanas me parece indignante y una muestra clara del 'tecnofeudalismo' en curso, al que tenemos que poner freno para que no hagan con nosotros, como si fuésemos vasallos, lo que les dé la gana y, además, nos consideren 'idiotes'. El término, en griego, designa a una persona ignorante, incapaz de transcender su particularidad y comprender lo ajeno. Nuestra sociedad está idiotizada, anestesiada, porque es incapaz de ver lo que hay más allá y no intenta superar los estrechos límites que nos impone el tecnopoder, que utiliza todo su potencial para la consecución de sus objetivos. Me estoy refiriendo al apagón de las señales de televisión digital y la sustitución por la emisión de señales HD (alta definición), lo que ha supuesto, para todos los que tenemos un televisor entrado en años, aunque funcione correctamente, tener que cambiarlo o comprar un aparatito decodificador, si es que queremos seguir viendo la televisión. Es vergonzante. Pero lo que más me indigna es que apenas nadie haya protestado y se acepte con mansedumbre bovina. ¿Qué tipo de sociedad es ésta? ¿Qué tipo de mundo se está construyendo cuando nadie patalea ante imposiciones de este calibre?
Apuntaba el filósofo Manuel Cruz que «el siglo XVIII mereció el calificativo de Siglo de las Luces, el XXI parece estar ganándose a pulso el de El Gran Apagón. Si lo característico del primero era su decidido empeño por examinar la totalidad de lo real a la luz de la razón, se podría afirmar que lo más propio del tiempo que nos está tocando vivir es, precisamente, el oscurecimiento de dicha luz». La forma en que se ha llevado a cabo el apagón de la TDT desvela el tipo de sociedad por la que transitamos. Se avisa, sin ningún tipo de información al respecto, luego en el día señalado se deja de emitir la señal y… Señores consumidores, arréglense cómo puedan, es su problema. Los aparatos decodificadores se agotaron en las tiendas por la magnitud de la demanda y si su aparato no recibe la señal con el decodificador, es que está obsoleto, compren otro (negocio para los fabricantes de televisores). Pero, ojo, esto no acaba aquí, recuerden que en el 2010 se llevo a cabo la transición de las señales analógicas a las digitales y ya hubo que comprar otro aparatito u otro televisor. Cuando pase un tiempo vendrá otro apagón y otro y otro, esto no tiene fin.
Me objetaran que tengo la libertad de prescindir de la televisión y no comprar ninguna. Pero no se engañen, mi abstención no cambia nada. Cada uno de los múltiples aparatos de los que disponemos es sólo una pieza dentro de otro gran aparato, porque el sistema-aparato-dispositivo es nuestro mundo. Y todo sucede tan deprisa que no solo los aparatos quedan obsoletos, también nosotros ante ellos. El mundo del que provengo y en el que me eduqué tenía como valores la duración de las cosas y lo perdurable. El mundo de hoy degrada la duración y jerarquiza lo novedoso por encima de lo perdurable. Eso no hay planeta que lo resista.
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