Los viejos luchadores llevan mucho tiempo advirtiéndolo: los derechos que no se defienden, se acaban perdiendo. Los sindicalistas veteranos, los militantes históricos, mujeres y hombres que saben de lo que hablan, porque vivieron bajo una bota que pisoteó los derechos civiles, los derechos laborales, los ... derechos políticos que hoy disfrutamos, solo porque ellas y ellos tuvieron el empeño y el coraje de conquistarlos uno por uno, llevan mucho tiempo recordándonos que nadie regala nada. Nunca. Pero... ¿Quién les va a hacer caso, si no han querido enterarse todavía de que la Historia se ha acabado, de que las ideologías han muerto, de que en la era del desarrollo tecnológico todos vamos a trabajar desde casa, en pijama y a ratos perdidos?
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Primero fue el referéndum de Hungría, manos oscuras y amarillas tratando de robar pasaportes de la republica magiar en los carteles del partido del primer ministro Orban, una imagen nauseabunda en la más pura estética fascista de 1930. Corría el año 2016 y se aprobaba el rechazo a las cuotas de inmigración. Luego, tras las elecciones legislativas francesas del año pasado, el Frente Nacional de Le Pen , tras aumentar de 8 a 89 diputados, conseguía dos vicepresidencias de la Asamblea, recibidas con alborozo además de con los brazos estirados y las palmas alzadas sin complejos. Hoy tenemos en Italia el primer gobierno liderado por una fascista como Meloni, que no tiene mejor cosa que encogerse de hombros ante la muerte de 63 migrantes, incluidos 12 niños, al hundirse su embarcación a 100 metros de la costa italiana. Nadie regala nada. Nunca. A nadie. Por eso la indolente pasividad de los europeos satisfechos de sí mismos ha incentivado la imaginación de los explotadores; y ahora tenemos por delante la semana laboral de sesenta horas o la jubilación a los 70 años.
Recuerdo 'Il Compagni', la amarga y emocionante película de Monicelli, donde, a finales del siglo XIX, los obreros de una fábrica de Turín emprendían una larga y extenuante huelga para exigir la jornada de 13 horas. Puede que, dentro de poco, sus tataranietos estén trabajando doce por no haber encontrado motivos para protestar por nada. Y menos mal que la Historia, dicen, se ha acabado. De lo contrario no sé qué sería de nosotros.
Todo ello me viene a la cabeza un día como hoy, ocho de marzo. Es el Día Internacional de la Mujer. Ojalá se llenen de nuevo las calles. Para defender sus derechos, frente a las amenazas de la ultraderecha de Vox. Aún hay muchas razones por las que luchar. Ellas...y nosotros.
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