Ayer volví a Mieres. Mientras estaba en la plaza del Ayuntamiento, escuchando el turullu en honor a mi amigo Aníbal Vázquez, me acordé por un instante, de otro homenaje póstumo vivido hace mucho tiempo. Tenía yo 19 años cuando asistí al entierro de Horacio Fernández ... Inguanzo en Gijón. Aníbal en Mieres y Horacio en nuestra ciudad llenaron las calles en sus despedidas. Miles de asturianos quisimos acompañarlos en un último paseo, a hombros de sus amigos o camaradas.

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Aníbal y Horacio. Dos trayectorias vitales muy diferentes, vividas en dos épocas históricas tan alejadas, que les hizo tener experiencias políticas muy distintas. Pero tenían en común una virtud: la bondad. Ahora, mientras se habla de la honestidad más que nunca, nadie habla de la bondad. La calidad de un político se mide por la transparencia de su declaración de la renta, como si todo se redujera al cumplimiento de una obligación que debería darse por descontada. Pero, un responsable público que no roba y se porta como una mala persona... ¿es un buen político, un referente aceptable para la sociedad?

Ayer en Mieres, miles de vecinos acudieron a honrar a un hombre bueno. No al alcalde que gestionaba con eficacia, al gobernante sagaz o al negociador hábil o persistente. Lloraban, llenos de orgullo, por un hombre bueno que vino de la mina, la vio cerrarse, clavó sus pies en la tierra y mantuvo la mirada en el horizonte confiando en la comunidad que supo crear a su alrededor. Hace más de 25 años en Gijón, miles de asturianos acudieron al patio del Antiguo Instituto Jovellanos a despedir a otro hombre bueno. No se rendía tributo, o al menos no solamente, a la leyenda viva del antifranquismo, al diputado que recorría de cabo a rabo nuestra comunidad, o al dirigente comunista que supo estar siempre a la altura. Lloraban la pérdida de otro hombre bueno.

Aníbal y Horacio. Enormes los dos. El alcalde y el paisano. Dos paisanos. El cariño de los asturianos será perpetuo. Vuestra ausencia, irrecuperable. Y el recuerdo, permanente. Porque Aníbal, aunque tu ya no lo puedas comprobar, has de saber que te has ido rodeado del cariño y la admiración de todo Mieres... y parte del extranjero. Bien lo saben Belén, Susana, David o esos nietos por los que te caía la baba. Porque, lo mismo que Horacio: por buena persona, ya eres un símbolo.

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