A mediados de los años setenta del siglo pasado nos habíamos colmado de satisfacción, ya que un amigo había traído de Londres varias películas de Serguéi Eisenstein. Aquel judío tolerado por Stalin, ya que con sus montajes precisos, de ojos desencajados y cochecitos de niño ... rodando por las escaleras de Odesa, había epatado a través del cine a la intelectualidad de Occidente. A Koba el Temible, o Iosif el Terrible, como lo llama Martín Amis, comenzaron a perderle el respeto muchos intelectuales, cuando Jruchef señaló que su antecesor se había pasado de la raya. Otros esperaron a 1956, para ver los tanques rusos entrando en Hungría. Y los hubo que aguardaron hasta 1968, cuando los mismos tanques aplastaron la llamada Primavera de Praga.

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Esas eran las verdades irrefutables para entender el paraíso de los soviets: el sometimiento de toda disidencia por la fuerza. Ya lo había dejado dicho Lenin, que la verdad y la clemencia son asuntos a dilucidar en el futuro y que en el presente había que solucionar los hechos a cualquier coste. Algo que tomó al pie de la letra Stalin, cuando sentenció que la muerte era un hecho trágico, pero la muerte de un millón era simple estadística. Por cierto que él, el 'padrecito', según los historiadores de fiar, se apresuró a cumplir enseguida con esa estadística. Robert Conquest en su libro 'El gran terror', y Solzhenitsyn en 'Archipiélago Gulag', elevan la cifra total a unos veinte millones. Algunos de estos intelectuales, al principio abducidos, como George Orwell, Arthur Koestler, o Kingsley Amis, no tuvieron inconveniente en reconocer que habían sido lacayos del Komintern.

Después de haber visto las películas de Einsestein en 'super 8', pedí una de ellas prestada, 'Octubre', para proyectarla en un sótano clandestino. Era el año 1976 y Franco había muerto, pero su espectro todavía estaba pilotando la nave. Presumiendo de cinéfilo quise hacer una presentación y análisis de la película, qué menos, y el que esté exento de vanidad que tire la primera piedra. Para empezar alabé las virtudes del director, uno de los mejores en la historia del cine, aunque formado en la escuela del impresionismo alemán. Ahí ya aparecieron algunos hocicos torcidos. Pero luego, pobre de mí, se me ocurrió decir la verdad, pura y dura: que Stalin había ordenado cortar todo lo referente a la formación del Ejército Rojo, para borrar las escenas en que apareciera Trotsky. Fue al final cuando me recriminaron, por haber insultado a la patria de la revolución y el socialismo. Desconocía lo dicho por Lenin sobre la verdad.

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