En una ocasión en que el destino me había descendido hasta el sótano, y parecía seguir escarbando para meterme más abajo, encontré como única apetencia hacer un viaje por Italia. Fue una tortura soportar las apreturas de un autocar en compañía de recién casados, a ... los que la agencia de viajes les había puesto como gancho rebajarles el precio de la excursión. Ellos empezaban una vida que a mí se me antojaba clausurada. Vivir sin vivir en mí, como diría santa Teresa de Ávila. Pero Italia tiene esa magia revitalizadora para pasar de la nada al infinito, que como afirmaba Orson Welles en 'El tercer hombre' de los Borgia y otros cuantos criminales brotaron Leonardo, Miguel Ángel y el Renacimiento. Y es que observando desde la distancia los campaniles, a uno le apetece acercarse, porque sospecha que en cualquier rincón se encierra algo maravilloso.

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Aquel paseo de rebaño me enseñó lo clásico: la Torre de Pisa, que aún sigue de pie; la Roma eterna, alejados de Vía Véneto; la Pompeya ejemplar, para saber que el Vesubio mató a los plebeyos mientras los patricios huían en sus carros; Nápoles, hermosa, caótica y ladrona; Capri, lujosa e inalcanzable; Florencia, donde enfermó Stendahl y yo ya entré y salí de allí enfermo; la Venecia bellísima y decadente; Milán, con aires de grandeza germánica; los lagos alpinos, Garda y Como, donde se asentaron el poeta Catulo y María Callas. Italia me dejó tan conturbado el ánimo que no es extraño que al regreso en avión los ladrones me siguieran desde Barajas, para más adelante robarme.

Volví a Italia años más tarde, cuando era primer ministro Berlusconi. 15 días en el Norte, durmiendo en tienda de campaña y trepando a las cumbres, y no me pregunten de dónde salió esa afición. En Génova se celebraba la cumbre del G-8 y el 'Cabalieri' se abrazaba con los otros poderosos, como Putin, Blair, Bush o Chirac. Hubo un muerto entre los manifestantes por disparos de la Policía, pero todo el mundo parecía mirar para otro lado. Solo algunas pintadas y titulares medianos en los periódicos. Yo me entretenía por las villas próximas a las Dolomitas observando la vida cotidiana, más parecida a la del norte de Europa. Pero me quedo con un detalle. Las placas a la entrada de los cementerios tenían inscritos los muertos en las distintas guerras: 1916 contra los prusianos y 1935 en Abisinia. Partisanos contra Mussolini y mussolinianos contra los aliados. Y también los que vinieron a morir a Guadalajara en 1937. Dije para mí que, a pesar de todo, Italia tiene futuro, porque no es un pueblo cainita como otros.

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