Debe de ser cierto el incremento de pasajeros en el aeropuerto, porque donde hay mucha gente suele haber revoltura y, además, era el día 12, fiesta nacional y quien limpia estaría de asueto. En la zona de llegadas el suelo se veía lleno de suciedad ... y las sillas rotas y también sucias, y eso no es cuestión de un día sino de una temporada de desidia y abandono. Por lo demás, digamos que sin novedad. El aeropuerto recibe estos días a gente de mucho postín, que supongo que la sacarán de los aviones por otro lado; pero a algunos los lanzarán por el coladero de la vergüenza para ver los destrozos de este aeropuerto sin nombre. Yo desearía que se llamase Margarita Salas, pero a la vista de que quien propone, sin pertenecer a la casta, en vez de hacerle caso lo mandan a donde huele. Ya lo decía Felipe González: si propongo a alguien para sustituir a Sánchez le corto las alas de cuajo.
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¿Y esta obsesión mía con ponerle el nombre al aeropuerto de la científica nacida en Canero y criada en Gijón, tiene importancia? Pues oiga, sí, porque ha engrandecido la ciencia, ha creado escuela y le han reconocido humanismo como para ocupar un sillón en la Real Academia de la lengua. Tiene importancia, porque las niñas que desfilan por el aeropuerto, que además de aprender copian, pueden sentir el impulso de dedicarse también a la ciencia y romper esa barrera que tanto preocupa a las feministas de pacotilla. Puede importar, porque Margarita Salas nos trajo la enseñanza de las mejores universidades del mundo según 'ranking' Shanghai; y, si no, fíjense en los premios Nobel de este año: los de medicina, física y química, siete premiados en total, todos ellos enseñan e investigan en universidades de Estados Unidos.
Las estadísticas son el antídoto de las filias y las fobias. Si digo que de la universidad de Harvard han salido más premios Nobel, ciento sesenta y dos, que la suma de tres continentes, África, Asia y Oceanía, se puede comprobar tirando de internet. Claro que el resentido despreciará este invento, internet, porque es puramente americano. O dirá como Unamuno, hombre de ideas brillantes y ocurrencias estúpidas, que inventen ellos. Y ellos inventaron, los americanos, gran parte de lo que apuntala la sociedad moderna, hasta llevarnos a esa incógnita que supone la inteligencia artificial. Ya sé que estarán diciendo algunos que parte de los galardonados proceden de otros países, como Severo Ochoa, sin ir más lejos. Cierto, los americanos tienen la rara costumbre de fijarse en los cerebros en vez de las piernas de los que corren detrás de un balón.
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