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Hace un montón de años, cuando aún tenía esperanza de que algo se podía cambiar, gané un concurso a nivel nacional de artículos sobre seguridad en el trabajo, publicado en EL COMERCIO. En dicho artículo, que ocupaba una página entera, trataba de describir las últimas ... horas de un trabajador, después de soportar una noche de estruendo cerca de su casa. Las paredes eran sutiles y las ventanas estaban sin ajustar. La orquesta, o como quiera llamarse, dejó de dar detonaciones dos horas antes de que el trabajador en cuestión tuviera que levantarse. Para llegar a su hora a la fábrica apenas le dio tiempo a desayunar. Había que salir aprisa, en un portal sin ascensor y con algunos focos fundidos. La bicicleta no llevaba luz y los frenos merecían ser revisados. Las calles mal iluminadas, o sin luz, desembocaban en un paso a nivel, y por la urgencia el trabajador optó por esquivar la barrera. Pero, oh milagro, las prisas habían dado sus frutos, y aún sobraban unos minutos antes de que en la fábrica sonara la sirena. Una de aquellas sirenas que los viejos del lugar recordamos, no sé si con nostalgia o con ira: la de la fábrica de Moreda, la Bohemia, los astilleros… Breve encuentro en el mostrador del chiringuito para una copa de orujo, o dos.
Aquella mañana el hombre de esta historia murió en el tajo. Pudo haber sido uno de los doce muertos que hubo en aquella fábrica el año 1965. También podía haber matado a un compañero, si accionaba desde una grúa o metía corriente a destiempo en una centralita. Los voceros a esto lo llaman errores humanos, y los empresarios también, para lavarse las manos. Nadie se atreve a hurgar en el factor humano, ni antes ni ahora. Ni en las condiciones personales, de que a un individuo no le dejen dormir cuando necesita madrugar para hacer un trabajo que entraña peligros, para él y los que lo rodean. Unas consecuencias de la mala vida que le dan, con el consentimiento del ruido y la furia nocturnos, que son una droga no detectable pero mortal. Desde que se sube a un vehículo hasta que se concluye en el tajo. Chiringos de ruido y furia a deshora por un puñado de votos, sin considerar que en este desastroso país todavía quedan algunos que trabajan y estudian. Ya digo, nos espera un verano de ruido y furia: bombazos para los que necesitan dormir y mierda a montones en las cunetas y en los prados al terminarse las romerías. ¿Hay alguien por ahí que sepa el daño que puede ocasionar el jolgorio? Bienaventurado aquel rector que no quiso semanas negras ni blancas donde había que estudiar y trabajar.
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