Secciones
Servicios
Destacamos
De repente me recuerdan que llevo sesenta años colaborando en EL COMERCIO. Demasiados años, por lo que como diría mi tocaya de apellido, Gloria Fuertes, en sus particulares rimas: Sesenta ya están bien: ¿no querrás llegar a los cien? Todos los andares terminan algún día ... y en alguna parte, así que gracias a los que conmigo van y me siguen leyendo. Y a los que también me leen para disentir, o llamarme algo, les digo como De Gaulle en una rueda de prensa a un periodista de la prensa enemiga, que le preguntó por su salud: –De momento estoy bien, pero no se preocupe y tenga un poco de paciencia, porque llegaré a morirme como todo el mundo.
En el espejo veo a un individuo que nada tiene que ver con aquel de hace sesenta años, pero al moverme noto que aún no arrastro los píes, y cuando me siento aquí frente a este artefacto donde escribo, tampoco percibo que me cueste juntar las palabras. Algunas veces puede que sí, y cometo los errores propios de cada cual, ya que me considero inferior a esos seres impolutos que poseen la verdad absoluta. Siempre pensé que ir tirando por la vida es a lo más que podía aspirar, y que no le falta razón a Javier Reverte en una de sus novelas, que tuve el privilegio de presentarle en los años 90 en la Feria del Libro de Gijón. Dice Reverte que el hombre es un ser intermedio entre Dios y el caracol: como Dios se cree inmortal, y como el caracol anda por el mundo arrastrándose entre su baba. Ahora, vayan ustedes a contarle este pensamiento a un niño pijo, que lo convencen de que es el rey de la casa y más adelante llegará a ser el rey del mambo.
Ya no queda casi nadie de aquella gente estupenda que conocí hace 60 años en EL COMERCIO. Sala de redacción arriba e imprenta a nivel de calle, con las ventanas abiertas y botellas de leche al lado, que decían que la leche era buena para combatir las intoxicaciones del plomo y antimonio fundidos para armar las cajas. La aristocracia de la noche se paraba a ver a los linotipistas trabajar. Poldo, el vendedor nocturno, ofrecía perfumes, mecheros y calcetines para el 'tiratacos', que entonces era material de contrabando y prohibido. Los más veteranos eran Espiniella y Tejedor. El primero se ocupaba de los tomos para extraer las noticias del Viejo Gijón. En palabras de Arturo Arias, el que manejaba el librón grande para hacer la recontadiella. Tejedor escribía sobre los asuntos locales y siempre mencionaba, aparte de lo importante, algunos otros asuntillos sin demasiado interés. Arias ya nos contaba en sus columnas sobre las andanzas de don Agus, un personaje que veraneaba en Castilla, no para respirar el aire ni tomar las aguas, sino por el buen vino. Lucía, Pilu, Bericua, mi amigo José Avelino Moro, Canal… Y la palabra recia de Carantoña, siempre gritando desde la oficina al del teletipo: ¡más papel! Aquello era entrañable, pero a la fuerza tenía que cambiar. Un periódico que fue envejeciendo para ser cada día más joven. Me veo como un superviviente de lo que he amado: familiares muy queridos, gentes del teatro, de la montaña, de los cine clubs… Abrazos para los que aún están y los que se han ido.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Nuestra selección
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.