Posiblemente la columna de esta semana puede acarrearme algún problema con la censura casera, pero voy arriesgar, aunque me cueste. Me ocuparé del discurso que circula por las redes pronunciado por el tenista Roger Federer en la universidad de Dartmouth, en Estados Unidos, elogiado en ... toda la prensa mundial, y colocándole los adjetivos de inspirador, emotivo, grande, genial, memorable, icónico, lección de vida y varios etcéteras. El diario británico 'Times' llega a calificarlo de «obra maestra». Los que no sabemos inglés podemos escucharlo traducido en You Tube. Los amantes del deporte, y sobre todo del tenis, saben de sobra quién es Roger Federer, ganador de 20 torneos del Gran Slam y más del 80% de los partidos en que compitió. A este atleta suizo lo acompañaba además la fama de ser un caballero, en la vida y en la pista, donde podía ganar un partido sin despeinarse. Es aquí donde Federer desmiente ante los alumnos recién graduados que su carrera haya sido fácil, sino que detrás de los triunfos ha habido un esfuerzo enorme y ha querido transmitir al auditorio que sin trabajo nada se consigue, y que incluso el trabajo está por encima del talento.
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Naturalmente, a las palabras de Federer le han salido críticos aquí en España. Leo que esa forma de entender la vida, poniendo por delante el trabajo antes que nada, es una deriva del calvinismo suizo y de la doctrina americana. Se refieren esos críticos a que las palabras del tenista van dirigidas a una universidad elitista de niños ricos, que tienen el trabajo y el sustento asegurados. Pues miren, no: los americanófobos pueden envainarse sus mentiras. En la universidad de Dartmouth estudian ricos –como ocurre en la de Oviedo, sin ir más lejos– y otros que se ganan la vida como pueden. Una parienta mía llamada Jimena estudió dos carreras en Dartmouth. Eso sí, levantándose a las 6 de la mañana para entrenar, antes de los estudios, y soportando en invierno hasta 15 grados bajo cero. Los fines de semana, en vez de descanso, partidos y viajes en avión. Por supuesto, después de graduarse el trabajo no está asegurado, ni mucho menos, ni en esa ni en ninguna otra universidad estadounidense. Ni siquiera Meryl Streep, que fue alumna de Dartmouth, tuvo una carrera fácil en el cine antes de triunfar.
O sea, que seguiremos escuchando a través de los patios que el mi neño ye inteligente, pero un poco vago y non quier estudiar. Y ese neño y otros como él pedirán las vísperas de los exámenes un milagro. Y los milagros no llegan para los vagos. Por lo menos a mí no me llegaban.
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