Recuerdo que la primera vez que visité Galicia fue en el año 1972, con un mal coche y por carreteras infernales. Saliendo por la mañana y entre curvas, y detrás de algún vehículo longo que iba camino de Portugal, llegamos para hacer noche en Ribadeo. ... Al día siguiente, por la carretera que bordeaba las rías del Cantábrico hasta llegar a Ferrol, que entonces era del Caudillo, la cosa no fue a mejores. Tengo que decir que a pesar de todo disfrutamos de aquella Galicia de antaño, que ya conocía en el papel a través de Pardo Bazán, Fernández Flórez, Cunqueiro y, sobre todo, mi admirado Valle Inclán, cuya casa natal visitamos en Villanueva de Arosa. Lástima que no viviera en estos tiempos don Ramón, el de la barba de chivo. Podría seguir dándole cuerda al esperpento en esta nueva corte de los milagros. Hice otros viajes a la tierra hermana, y de alguno de ellos no quiero acordarme.

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Pero también se podía disfrutar viajando en ese penoso trayecto de hace años a través de lo que Francisco Carantoña escribía en EL COMERCIO. Él nos hablaba de lo bueno y de lo malo que encontraba desde Muros de Nalón hasta ese otro Muros de la costa atlántica. Carantoña sacaba partido de los viajes a su pueblo natal con la sagacidad y olfato de buen periodista, y lo mismo informaba del florecimiento adelantado de las mimosas que del destrozo de un templo a cargo de algún cura inepto, que había vendido las imágenes románicas.

Seguramente no se imaginaba el entonces director de este diario que ahora a La Coruña se puede ir y volver en el día, haciendo allí unas cuantas cosas: los que me acompañaban el pasado fin de semana trabajando, y yo observando la hermosa ciudad desde una azotea al lado del parque de Santa Margarita. Tiempo para pasear por el puerto, observando una vez más los acristalados ventanales a un lado, y al otro los turistas descendiendo de un gigantesco barco de once pisos. El puerto, incrustado en la ciudad, y el aeropuerto a cinco kilómetros. Galicia, la pobre Galicia de lamentos y morriñas, adelanta a muchas regiones en porcentaje de PIB, entre ellas a Asturias. Según leo, más de 50. 000 personas viven de las industrias conserveras, mientras en Asturias una mínima porción, y decreciendo. La otra comunidad hermana, Cantabria, con la mitad de costa, nos supera también en pesquerías y en PIB, llevándose de Candás a Santoña la última de las conserveras. Es importante hablar de la mar, para que los pescadores pesquen y los turistas se bañen. Las otras industrias, empezando por Arcelor, según los vaticinios de Draghi tienen los días contados.

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