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Como coincide este escrito con el cambio de estación, voy a mencionar la primavera y apostaría a que no seré el único. Desde la ventana veo flores, lo cual quiere decir que nos encontramos en el periodo hermoso de renovación y hasta los vegetales se ... preparan para cumplir los ciclos de los seres vivos: nacer primero, como imprescindible para que el destino te lleve a reproducirte, si viene al caso. Y luego morirte, en eso consiste todo. Por mala fortuna en esta primavera no solo brotarán las flores de los rosales, sino también otros capullos para con su tabarra decirnos a quién tenemos que votar. Que todo ello devenga en un próximo ministerio. Total uno más qué importa, y que se ocupe de la inmortalidad. Prometer la inmortalidad, para los que vamos agotando las primaveras, es una entrega segura de voto para quien se atreva a hacerlo. Resultará fallida la promesa, pero, ¿de verdad creen que esa sería la única mentira que van a escuchar hasta finales de mayo?
Volverán las oscuras golondrinas, aunque de eso ya no estoy tan seguro. Se está acabando el ganado en esta apartada orilla de Castiello. Algunas ovejas, para pacer los prados, y caballos de carne con barro hasta las corvas. Donde hay ganado hay moscas, y las golondrinas y vencejos son los más excelsos cazadores. Vencejos ya no se ven. Tal vez habrá que ir a buscarlos a Madrid, donde los encontró Fernando Aranburu para escribir su gran novela, que lleva el título de las aves que sobrevolaban los montes de mi infancia. Las golondrinas en los aleros y los vencejos debajo de las tejas, donde colocaban sus nidos. Lo que por aquí aparece ahora son las gaviotas y garzas, que se están olvidando de la mar. También bandadas de palomas torcaces, porque han aprendido que donde hay casas están libres de las escopetas. Y las pegas, nuevas señoras del campo y la ciudad, que con su fama de ladronas deberían ser emblema de la nueva política.
Echa uno a andar con el proyecto de reverdecer un año más, como el olmo centenario del poema machadiano. La mochila, más cargada de recuerdos que de pertrechos. De aquellos días pasados con el esplendor en la hierba. Queda todo muy lejos, no solo las cumbres de los Alpes, las Dolomitas, el paso de Mahoma, acariciar la cabeza de la Santina en el Urriello... Si no los agujeros de Peña Mea y Peña Salón, las bajadas de las canales del Cares, y hasta esas caminatas invernales desde el Fario hasta Valdedios. Los días pasan con la velocidad de aquellos vencejos de la niñez.
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