En la familia de Facundo se sucedían unos a otros en el oficio de porteros en las fincas de la capital. Porteros de día y de noche. Un tío de Facundo, aparte de la paguita y las propinas, se había ganado un buen sobresueldo a ... costa de una señorona cargada de collares y pulseras, de la que desconfiaba su marido cuando estaba ausente. El marido desconfiaba, y el tío de Facundo estaba seguro de que había un tipo que subía por la escalera y en los últimos peldaños estaba ya desabrochándose el pantalón. Me chivaré, no me chivare: he ahí la cuestión, que dijo Shakespeare. El intruso venía montado en un coche de aquella época, y sus bolsillos olían a dinero. El ancestro de Facundo abordó al escurridizo sujeto: «Oiga, la vida está muy achuchada y los precios por las nubes. Hay otro que me paga para que no le tropiece la cornamenta al entrar por la puerta, págueme usted también por mirar para otro lado». Así hasta que un día el individuo A llegó de improviso y encontró al individuo B decúbito supino con la esposa. A se cargó a B, y el tío de Facundo hubo de huir hasta los rincones apartados de su nacencia. Eso sí, con un dinerillo ahorrado.

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Los tiempos de Facundo ya habían cambiado desde aquel entonces. En su historial figura haber descubierto que en un piso alquilado había unas señoritas que eran demasiado talludas y ojerosas para ser estudiantes. Profesoras, tampoco parecían, o más bien lo que enseñaban lo tenían debajo del vestido. Facundo avisó al presidente de la comunidad, y se organizó la redada vecinal de las buenas costumbres. Pero con lo que se enfrentó Facundo últimamente fue con la sospecha por ausencias de un matrimonio encantador. El matrimonio, él y ella, andaban siempre cogidos de la mano y se desvivían mutuamente. El cariño lo trasladaban a su perrito, arropado y con arnés. Pero sin saber por qué dejaron de salir a la calle, y los porteadores de las pizzas y otros encargos subían y bajaban en procesión de aquel cubículo humano. Facundo creyó que debía llamar, y llamó a la puerta. «¿Les pasa algo?» Respuesta: «No, estamos bien». Y Facundo: «Pero es que no salen de casa». Ellos: «Para qué vamos a salir, aquí estamos bien acompañados con Ana Rosa, Jorge Javier, Belén, Terelu, Tamara… El otro día, querrá creerlo, Ana Rosa le guiñó un ojo a mí señora, hablamos con ellos, son como de la familia». Los chicos del motociclo seguían subiendo y bajando con sus recados, pero con menos mercancías, porque ya sólo había una boca que alimentar. Uno de ellos se había diluido en el reino mágico de las ondas.

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