En una clase de universidad confraternicé con una compañera, ya que conocía a alguien de su familia. Ella tenía 20 años y yo tenía muchos más. Artemisa -llamémosla así en recuerdo de la diosa- era resuelta, madura y tenía temperamento. Le apetecía sentarse en las ... primeras filas de la clase, pero se instalaba en las últimas, donde me sentaba yo, porque decía que el profesor Tarugo no dejaba de mirarle las piernas. Artemisa tenía un dilema, porque en la parte de atrás se sentaba el alumno Tayuelo, que le decía cosas al oído o le tiraba de la coleta. Entonces Artemisa volvía la cabeza hacia él, medio gritándole: ¡A que te pego una hostia! Cuando Tayuelo aparecía por la puerta, le tomaba el pelo a Artemisa, diciéndole: ahí llega tu chico. Ella respondía: ¿Con ese? Antes prefiero meterme a monja o ir a picar piedra a las canteras del Naranco. El caso es que ni las monjas se dieron por aludidas -tampoco tienen quien las avale en periódicos progresistas- y estoy seguro de que los de las canteras recibirían encantados a Artemisa en minifalda. Artemisa y Tayuelo con el tiempo fueron marido y mujer, por aquello de que el que la sigue la consigue. Pero esa es otra cuestión.
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Durante el mandato en Gijón de la alcaldesa Fernández Felgueroso, ante el porvenir oscuro de universitarios que terminaban la carrera y para que no se convirtieran en leyendas urbanas dándose el piro, les ofertaban optar al Plan Piles. O sea, un trabajo básico de limpieza y conservación. Escribidores y comentaristas pusieron el grito en el cielo, y yo fui la oveja negra en una tertulia de donde me echaron poco menos que a patadas. Vamos a ver, dije: es sabido que Mao envió a los chinos de ciudad a trabajar al campo, y entonces no dijisteis nada. Sabéis que Fidel Castro, en nombre de la revolución, o sea, lo que aquí se llama progresismo, mandó a cortar caña a todos los de manos finas, incluidos los curas, a los que se les cantaba aquello de: «Fidel, Fidel, los curas a cortar caña, y el que no quiera cortarla que se vaya para España».
Después de la infamia ocurrida en Pamplona, la alcaldesa mejor se callaba. Le aplicaron la regla de aquel guardia que estaba dispuesto a ponerle una multa al conductor. Primero le pidió la documentación, luego el carné seguido del DNI, y como no encontraba motivo para multarlo le espetó que aquel dinero del billetero era para comprarse una pistola. En fin, esta columna se la dedico a todos los ingenieros, peritos, secretarias... que cuando las empleadas de limpieza se ponían en huelga barríamos las oficinas. Qué remedio.
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