Acabo de leer parte de una entrevista que le hace Juan Luis Cebrián a Felipe González en el diario digital 'The Objetive', en la que el que fue primer presidente socialista de la democracia afirma que el más entusiasta en llevar la Transición adelante –respetando ... los símbolos heredados, tales como la monarquía, con su himno y su bandera–, había sido Santiago Carrillo. El gijonés ya había limpiado estorbos anteriormente, expulsando a Claudín y Semprum, y abrazando la línea del llamado eurocomunismo. O sea, levantar el futuro y borrar el pasado, en una patria en democracia con un himno heredado, aunque no llegase a levantar las emociones de La Marsellesa en la película 'Casablanca'. Y una bandera que nos representase, a pesar de que para muchos le faltase una franja morada. Pero el pragmatismo exigía ponerse en marcha; y la cosa, aunque con sobresaltos, funcionó. Poco después España era un país integrado en la OTAN y en Europa, que caminaba hacia adelante, aunque con el mayor impedimento de esa pústula llamada ETA, y que todavía a estas alturas sigue siendo el rayo que no cesa.

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Como dice Felipe González, aquellos que elaboraron la llamada Transición, desde los herederos del franquismo hasta Carrillo, aparcaron a un lado el pasado y se declararon hijos de la democracia: el felipismo se echó en brazos del eje París- Boom, y el aznarismo en los de Toni Blair y Bush, pero nadie pudo decir que los coqueteos no se hicieran con auténticas democracias. Más tarde llegó un señor llamado Zapatero, que borró el término hijos de la democracia, imponiendo el de nietos de la guerra. Así lo explica Felipe González, pero yo se lo escuché explicar mucho mejor en el puerto de San Isidro a un señor de León, que parecía conocer bien a Zapatero. Según él, nos gobernaba en aquel periodo un hombre de escasas luces, aunque con cierta osadía. Todavía no había inventado ese sujeto lo de la alianza de civilizaciones, sin darse cuenta de que civilización, al igual que madre, sólo hay una, y pareciéndole que Erdogán el turco y Chaves el de Venezuela eran dos demócratas de fiar.

Es sólo una parte de la entrevista lo que el pasado domingo se ha podido leer. Esperemos que, como en los buenos menús, se dejen para el final los mejores platos. El próximo domingo confiamos en que algo se trate de esas sendas espinosas que ha recorrido el PSOE, como los GAL y Filesa. La mejor lección que esperamos de Felipe González es que se muestre arrepentido de algunos hechos de su mandato. Una confesión válida para dejar en entredicho a los sinvergüenzas de ahora.

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