Decía Berthold Brecht que si los tiburones fueran hombres, en vez de comerse los peces pequeños los meterían en una granja para engordarlos, y a eso le llamarían cultura. La palabra cultura la han rebajado hasta el infinito, para que abarque cualquiera de las manifestaciones ... del ser humano, sin reprenderlas ni corregirlas. Bueno, sí: han dejado de llamar cultura a algunas costumbres tribales y religiosas, como extirpar el clítoris a las niñas. Y tampoco debe estar bien visto cargar a las mujeres con un cinturón de castidad, como hacían los caballeros medievales cuando marchaban a las Cruzadas. También esto pertenecía a la cultura del medievo. Otros asuntos más blandos, que también se les llama cultura, es que en algunas etnias le sigan metiendo a la novia el dedo en la vagina el día de la boda, para mostrarlo luego ensangrentado. Leí hace algún tiempo un libro que les recomiendo a los que que quieran introducirse en una cultura remota. A lo que se cuenta, sin duda, también hay que endosarle la palabra cultura. El libro se titula 'Shabono', escrito por la etnóloga y antropóloga Florinda Donner, y trata de la experiencia de la autora viviendo durante un año con los indios iticoteris, una tribu remota del Amazonas en la frontera de Brasil y Venezuela. La antropóloga fue recibida en principio con recelo. Luego, se fue dando cuenta de que la integración suponía, aparte de comer las porquerías que ellos comían, ir desnudándose, hasta que las mujeres de una vez por todas le arrancaron las bragas.

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Los icoteri son cazadores y recolectores, y como no tienen animales domados tampoco disponen de leche. En esa cultura del buen salvaje rousseauniano, el varón se desentiende de los asuntos maternales, como hacen los leones. Cierto que no se comen a las crías, como los felinos, para que entren las leonas en celo. De ese problema deben encargarse las propias mujeres, y Florinda Donner nos explica lo que hacen si la mujer pare cuando todavía amamanta a la anterior criatura. No habiendo leche para alimentar a las dos, ponen en el suelo al recién nacido, le colocan un palo en el cuello y pisan a cada lado la madre y otra mujer. Todo descrito con la asepsia de quien va a informarse del curanderismo y prácticas de hechicería de ciertas tribus indígenas. Y observando todo esto uno no puede dejar de tomar partido. Partido hasta mancharse. Aunque te tiren barro los que predican el mundo perfecto, alejado de la civilización nuestra que tanto les molesta. A los integristas religiosos les parecerá bien, seguramente, que esas tribus se abstengan de usar anticonceptivos.

Hay un programa en la televisión que es de los pocos que me interesa. Se trata de 'Diario de un nómada', de Miquel Silvestre, donde sin alardes, entre palabras y silencios, nos va comunicando lo que ve. El último, por tierras de Bosnia, nos enseña las muchas mezquitas que fueron creciendo después de la guerra reciente. El imperio otomano llegó para plantarlas en Europa y los jeques actuales para sostenerlas desde Oriente. La fe mueve montañas, y también a los alminares que apuntan a lo alto.

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