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Los documentales sobre la naturaleza son la manera de liberarse de lo que afirmaba Luis Buñuel sobre el televisor: un artefacto que hace perder el tiempo y embrutece. Pero los documentales tampoco son inocuos, sobre todo los que nos muestran a las leonas mordiendo el ... cuello a los antílopes y un locutor al micrófono diciéndonos que hacen un gran bien, porque se encargan de eliminar a los viejos y enfermos que sobran en el rebaño. Curiosamente, entre los bípedos sin pluma, son los viejos, enfermos e impedidos los que más uso hacen del televisor y, por supuesto ven algunos de estos programas. El mensaje lanzado, quién sabe si carente o sobrado de malicia, tiene que calar en los que entienden que les están pidiendo paso: detrás de ellos caminan los lobos y las lobas, depredadores actuando por su bien. En algunas regiones de Japón, en tiempos pasados, la marca de sobrantes la establecía cumplir 70 años. Entonces, algún familiar o porteador alquilado cargaba al futuro difunto sobre sus espaldas para depositarlo en la montaña del fin de trayecto. Sobre estos hechos, que alguien llamará cultura, el director japonés Kinoshita realizó una excelente película: 'La balada de Narayama'.
Los maleantes conocen, igual que las leonas, el mejor sistema para atacar a los viejos que están solos. Para eso saben el teléfono, y no me pregunten cómo, a pesar de la tabarra de la privacidad y los consentimientos para manejar los datos. Llaman con su vocecita maquinal, encantados de conocerte, y ofreciéndote la quinta felicidad si cedes a lo que te proponen. Unos vendrán a tu casa a mirarte el recibo de la electricidad o del gas, puesto que los viejos somos reacios al tiberio de la informática, y te mejorarán no sé cuánto en la factura. Otros, los más osados, revisan las calderas o las tuberías y hacen el ordeño de una cantidad con recibo falso. Son depredadores, como si fueran enviados o consentidos por sus amigos los lobos o las lobas, e igualmente te dicen que todo lo hacen por tu bien. Estos de la tabarra, que te levantan de la cama o te interrumpen la comida por la mitad, los hay, al parecer, legales o ilegales: los que te engañan con elegancia o te roban a las bravas. Y si tus quejas se vuelven altisonantes, no te librarás de que te llamen racista, si por el medio andan emigrantes, y fascista en cualquiera de los casos. Ya se sabe que todo depende de dónde nazcan. O lo bien que caigan a quienes les protegen para aminorar los delitos. Que te abran la casa sin tu consentimiento, o si eres mujer te obliguen a abrir las piernas.
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