Hace unos meses visité en mi tierra profunda a un vecino y amigo que había sufrido un accidente con el tractor. Atendido en el hospital que lleva el buen nombre de Carmen y Severo Ochoa (que es así como quiso que se llamara el sabio, ... anteponiendo el nombre de su esposa), los médicos le dijeron a mi amigo que había tenido mucha suerte, y él quedó muy sorprendido cuando le mostraron radiografías de huesos rotos y proyectos de inmediatas operaciones. Sí, has tenido suerte, añadieron: los accidentes de tractor rara vez los solucionamos aquí, puesto que en algunos casos hay que llamar al HUCA y en la mayoría a la funeraria. Así que, a alegrarse. Aunque si logran salir con vida quede luego el cuerpo maltrecho, y un campesino más en el olvido después de las cuatro líneas en los periódicos. En aquellos años que recuerdo de la posguerra me hacen mirar hacia aquellos campos con rencor, cuando los muertos eran los que caían del árbol al varear las castañas. A mí me tocó ver uno de ellos. Lo asentaron en una caballería para acabar rematándolo, después de desnucarse. No es lectura entretenida esta para estómagos sensibles, vaya por Dios. Pero si ustedes y yo supiéramos atender a un herido, quién dice que no pudiéramos salvar alguna vida. Incluidas las vidas de esas gentes del campo que van cayendo aplastados por el tractor. No hay año sin muertos por ese artilugio, difícil de gobernar en las cuestas. Muertos de tercera, tan ignorantes como ignorados. El último, hasta el día en que escribo, fue Jenaro Fernández, de Santa Marina, en Tineo. No le dio tiempo al pobre hombre para sumarse a las manifestaciones recientes en la villa, pidiendo que no acaben expulsando a los pocos ganaderos que quedan.
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Cada vez da más pena y más pereza cruzar Asturias de lado a lado. Sin salir de Tineo, se topa uno en Soto de la Barca con la chimenea desmochada. Todo un símbolo que daba identidad a la comarca tirado por el suelo. Eso sí, anunciando a bombo y platillo que habían creado puestos de trabajo para derribar no solo la chimenea sino el edificio entero. Allí se veían obreros de piel oscura, sin duda venidos de otros lugares. Ellos escribirán a parientes y amigos diciéndoles que en Asturias hay trabajo, que en esa parte del país aún quedan cosas por demoler. Que cuando acaben en Tineo podrán ir hasta Lada, y allí, aparte del derrumbe, menuda tarea arrancar las columnas y el cableado hasta el puerto de Tarna. Surge algún trabajo, de momento, para ir golpe a golpe desmontando los recursos de toda una región. Son los signos de los nuevos tiempos: jóvenes preparados y con inquietudes que huyen, y viejos que se aferran a la tierra y acaban muriendo aplastados por el tractor. Cada día, más aldeas con las puertas de las casas entornadas; pero no se engañen, en Bruselas hay una sombra de ex ministra muy alargada, protectora de los lobos en vez de ganaderos, y de salvar el planeta antes que a los humanos que lo habitan. No se hagan ilusiones tampoco los que funden y trabajan el metal. No les traerán un buen futuro las promesas quiméricas del hidrógeno. Es una de los tantos engaños para que los hornos se apaguen y las chimeneas vayan una tras otra cayendo. Los que vimos las primeras coladas desearíamos no ver las últimas. Llevarnos para el otro mundo el recuerdo del esplendor en la hierba y el fulgor del arrabio.
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