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El gran Moliere era un conocedor exquisito de la especie humana, como acredita en sus comedias, que son mucho más que un entretenimiento. Cualquier mínimo observador puede tropezarse en la calle, asomados detrás de las ventanillas o a través de los papeles y las ondas, ... a toda clase de tartufos, misántropos, enfermos imaginarios y otros especímenes que retrató el genio francés poniéndolos a decir sandeces, ampulosos y con la seriedad de un buey. Si, Moliere nos presenta a un personaje que llevaba toda su vida hablando en prosa sin haberse dado cuenta. Si encendemos la televisión, o sea, ese artefacto que como decía Buñuel embrutece y hace perder el tiempo, pero de vez en cuando distrae, allí podemos encontrarnos en la pantalla con un entrevistador y un exministro. El entrevistador le pregunta, y el exministro, que parece haber aprendido de los personajes de Moliere y también de Ionesco, dice que en su estancia en el ministerio lo que le rodeaba podía oler a podrido, pero que él se mantuvo impoluto. No dimite, porque de nada tiene que avergonzarse. En ese diálogo de besugos, al exministro sólo le faltó apropiarse del testo de 'La cantante calva', y decir que no lo atosiguen, porque él no tiene tres manos como Francisco primero.
Para demostrar que todo está atado y bien atado, el jefe del exministro en cuestión aparece también en la pantalla diciendo que su Gobierno perseguirá la corrupción venga de donde venga y caiga quien caiga. O sea, una frase esclarecedora. Imagínense que dijera lo contrario: que a él la corrupción le trae sin cuidado, y lo que le importa es proteger a los suyos y a quien lo sostiene en el Gobierno. Unas obviedades al decirlas, que no siempre fueron decentes, como en tiempos de ETA al principio, afirmando condenar la violencia venga de donde venga, y equiparando la víctima con el verdugo. Por eso comprendo a la esposa del guardia civil de Barbate que no quiso que el ministro Marlaska tocara el féretro de su marido. O a la esposa de mi amigo Julio Baranguá, en el funeral de su hijo asesinado por ETA, clavándole los ojos al ministro Narcís Serra, sin que éste se atreviera a darle la mano. Seguramente las mujeres tienen más tino para reconocer a los tartufos que se desentienden y evaden. Pero eso sí: jamás dimiten, y se consideran a sí mismos unos elefantes de honradez.
A la señora alcaldesa de Gijón: cuídese usted también de los tartufos que quieren arruinar aún más a la ciudad. Cuando ocurran los lúdicos eventos puede que Arcelor ya no exista y el Musel sea un espigón desolado. No se deje morder.
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