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Dentro de dos semanas, cuando a las perseidas les dé por volar de un lado para otro, posiblemente vuelva al puerto de San Isidro. Con permiso de la autoridad competente, dueña de un apartamento, y si el tiempo y la salud lo permite. Quiero recuperar ... algo de las noches de antaño, cuando tumbado sobre un plástico y lejos de las luces, miraba un cielo estrellado que todavía se me antoja misterioso. No creo en lo inmaterial ni que haya vida en otros mundos, pero por esa bóveda no dejan de pasar objetos que agitan la imaginación. Puntitos luminosos, que pueden ser satélites a gran altura. Una estrella muy brillante al oscurecer, que no es otra cosa que la estación espacial, desde donde un pequeño grupo de cosmonautas pueden mirar a través de las ventanillas las canalladas que allá lejos hacen los humanos. Los psicoanalistas quizá descubran en la afición de colocarse en las alturas el deseo de huir de quien acecha.
Ya no volverá a ocurrir como aquella noche del 10 de agosto en que subí con dos parejas a cenar en lo alto del pico Toneo. Ni el desatino de subir al pico Torres por la tarde y esperar a que oscureciera, para ir viendo aparecer las luces en el suelo y en el cielo. Bajar luego con una linterna por donde algunos se mataron. No, ya se quedaron lejos los días en que pasaba por el monte como quien pasa el rato. De momento todavía amanece, que no es poco, y la vista aún alcanza para ver algunas cumbres y la memoria para recordar haberlas pisado. La emoción de haber escalado por primera vez la cumbre del Urriello, gracias a Alfredo Íñiguez, que ya no está, e Isabel Franco a la que le mando un abrazo. Los días nublados y más bien fríos en los Dolomitas, trepando por la Marmolada. La aventura de estar solo al amanecer en el Aneto, y ver el sol salir entre las cumbres. Bajar a carreras desde el Monte Perdido entre los rayos de una tormenta. Hacer los desplazamientos en Suiza desde Interlaken al mirador de Shilthorn, el Jungfrau o la aguja del Medio Día. Oler el azufre de la caldera Teide, con mi compañero Marino, casi octogenario, y yo caminado hacia serlo.
Hoy es domingo 23, por la tarde, y mañana será otro día. Diré como dijo alguien a propósito de una guerra civil: los que ganen las elecciones, sean los que sean, no merecerán ganarlas, y los que pierdan merecerán perderlas. La peor derecha y la peor izquierda de Europa se enfrentan en unos comicios sin haber visto una película brasileña de hace muchos años, titulada 'El pagador de promesas'. En la película, al que no cumplió lo prometido lo crucifican.
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