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Hace más de 60 años que un amigo me preguntó, cuando ambos buceábamos por el teatro, si conocía algún gimnasio donde pudiera mandar a su hijo para que aprendiera a defenderse. El chiquillo era un magnífico estudiante, y si estuviera autorizado a dar su nombre ... los que están al tanto de la investigación y la ciencia enseguida se harían cargo. Asistía a clases en el Instituto, y como lo suyo era estudiar y sacar unas notas excelentes, era víctima de la manada de acoso y derribo que pasa por las aulas como quien pasa el rato. Quiero decir que el acoso escolar no es un invento de los becerros de ahora, sino que Caín ya debía de trabajarlo en su infancia. O sea, que los niños y las niñas también pueden convertirse en lobitos y lobitas para otros niños.
Al españolito que viene al mundo, y al de cualquier otro sitio, si no lo guarda Dios, o quien sea, puede verse abocado al sufrimiento e incluso a la muerte. No faltan hechos sonados que lo atestiguan. La tropa obscena de la mala educación arremete siempre contra el débil, el distinto y el buen estudiante. Hay casos en que un solo niño, como cuenta Alejandro Palomas en su libro autobiográfico 'Esto no se dice', puede reunir las tres características: era afeminado, no participaba en ningún juego y sacaba buenas notas. Pero al niño o a la niña distintos puede, además, aguardarlos el lobo estepario en su lobera, llámenlo celda o despacho, para sobarlo o violarlo. A Palomas lo sodomizaba un fraile, según cuenta, que además le echaba las culpas «por obligarlo a hacer aquello». Como me dice un amigo psiquiatra, compañero de colegio, tú y yo tuvimos la suerte de no haber nacido guapos.
La monserga de decir que quien debe educar son los padres, para que se comporte decentemente el niño o adolescente, no me la creo a estas alturas. Detrás del energúmeno de uno veinte, caminan otros con talla de adulto a defenderlo ante los profesores. Como dice el juez Calatayud, de los diccionarios se está borrando la palabra castigo. Antes se hablaba de los hijos del rock-and-roll y ahora ya nacieron los hijos del botellón. Mucho quejarse de la violencia machista, pero no se les dan, tal vez, lecciones suficientes a las niñas de que se aproximen a los formales y no a los pigarras de la clase. Gafotas, pitagorín y niño pijo deberían tacharse del vocabulario.
Es verdad que el cerebro humano esconde a veces lo inimaginable. Y hay lecciones aprendidas de que los cambios no suelen ser para bien, sino para peor. Ya se sabe que nunca se podrá acabar con el mal, pero sí intentar arrinconarlo.
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